sábado, 14 de octubre de 2017

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR 18



Ella recostó la cabeza en el pecho del hombre y se quedó así un rato, sintiendo como las manos de el la recorrían inquietas en la cintura, en la espalda, en los brazos, oprimiéndola como a una criatura indefensa.
El amanecer los cogió así. Las palabras sobraban en esos momentos pero en cambio la actitud de el, la fortalecían y la llenaban de confianza.

Sansón montado en Dock avanzaba ligero en dirección a las tierras bajas de los Filisteos, país poderoso y altivo que subyugaba a las regiones vecinas, entre ellas a Israel para robarles sus riquezas y para imponerles sus leyes y sus costumbres.
Ese día no hubo problemas en el viaje. El andar del camello era rápido y seguro. Aunque sus patas peludas y sólidas se resbalaban en la arena, el sabía sostenerse e impulsarse para no perder terreno en su caminar. Conocía los secretos del desierto, sus altas temperaturas, sus animales ponzoñosos y sus temerosas tempestades de arena que envolvían y ahogaban a las caravanas que iban continuamente de un lado a otro haciendo comercio, negociando alfombras voladoras, tapetes, lámparas mágicas, visitando amigos, familiares y conocidos.
Sansón se había cubierto con el turbante, dejándo únicamente los ojos destapados. Avanzaba sobre la monótona extensión extremadamente caliente, sin descansar en todo el día. Solo a las cuatro de la tarde y ya completamente agotado por el calor y el movimiento del animal, bajó a un valle donde una alta roca como un monolito, proyectaba una sombra larga y perezosa en las arenas amarillas.
Sintió descanso al caminar, y estiró los músculos porque lo necesitaba urgente.
Inclinó la cabeza al suelo para descansar la espalda y la cintura, luego sentado en la arena que estaba mas reposada bajo la sombra de la roca, inclinó la frente hasta las rodillas sin flexionarlas, sintiendo un relajante descanso, tiró las piernas hacia atrás flexionando la columna, encontrando tranquilidad en pocos minutos. Se puso de pie y miró el horizonte hondo, y un cielo medio gris muy lejos, pegado a la arena rojiza. Buscó la bolsa donde llevaba el agua, la destapó jalando un corcho grueso, tomando sorbos largos tanteando que le alcanzara hasta el país filisteo. Se comió tres pasteles, preparados con harinas de tubérculos, arroz y carne de cabra que su madre le había empacado en hojas vegetales, junto con otros diecisiete que guardaría, porque la comida en el desierto era difícil. Masticó  nueces y almendras aceitosas que le gustaban mucho y que le daban energía. Eran sus golosinas.
Subió otra vez al camello después de haber caminado cuarenta minutos.







No hay comentarios:

Publicar un comentario