miércoles, 20 de febrero de 2019

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 60




Desde lejos contemplaron la casa. Era grande, de paredes blancas con plancha donde las señoras subían a pasar las tardes para mirar el campo y para hablar de cosas, cuando iba anocheciendo. Allá sentían la frescura del viento y descansaban los ojos y el cuerpo mirando a lo lejos.
Acercándose vieron el piso de tierra del patio completamente aplanado y limpio, algo agrietado a causa del calor. En ese momento una señora lavaba las ollas, las olletas y otras vasijas en el borde del pozo que estaba junto a la cocina y que ellas cuidaban como su propia vida. La otra señora preparaba un guiso de carne de cabra que ya olía bien, también asaba panes sin levadura encima de piedras calientes y entre carbones que estaban  rojos. “Buenos días”, dijeron casi en coro. “Buenos días, es un gusto volver a verlos”, respondió la señora del pozo mientras secaba platos y posillos de barro rojo que ya se habían escurrido. “Al que madruga Dios le ayuda”, dijo Manoa riendo. “Si”. “Sigan y siéntense, deben estar cansados”. “No, al contrario. La caminata nos ha servido para desentumecernos y calentar los músculos”. “Si, claro”.
La señora les ofreció agua aromática de buen sabor. “Les hará bien”, dijo mientras los miraba curiosa. “Donde pasaron la noche?”. “En una posada”. “Y durmieron bien?”
“Si, fue un solo sueño”, dijo Mara. Recorrimos parte de la ciudad y nos acostamos tarde. “Y como les pareció”? “La ciudad es bonita y por las noches también está despierta hasta avanzada la noche”, contestó Sansón mirando las torres de algunas construcciones a lo lejos. “Que tal se manejaron los camellos?” preguntó Manoa.
“Bien, son tranquilos y obedientes”.
El hombre de la silla, que no había contestado el saludo ni había dicho una palabra, volteó a mirar a los rumiantes echados mas allá, bajo las palmeras. Se quedó con la vista fija, permaneciendo así mucho rato. Pensaba: “Esos animales parecen inmortales, nunca los he visto morir”  y dobló la mirada cerrando los ojos para trasladarse mentalmente quien sabe a que constelaciones donde hablaba con seres imaginarios que solo el conocía.
Una de las mujeres observó que Mara miraba al hombre con insistencia, y como sentía que debía dar una explicación por la actitud de él, se acercó diciéndole en un susurro. “No quiere hablar porque asegura que es un desperdicio de energía, necesario para convertirse en inmortal. Se pone iracundo si lo obligan a hacerlo. Lo único que dice de vez en cuando es: “La vida se hizo para descansar” y sigue así, impasible esperando transformarse milagrosamente en un dios. Creo que un día de estos se morirá por falta de ejercicio.
El hombre miró mal a su mujer porque había alcanzado a escucharla, pero no chistó nada. Proyectó su  mirada en la distancia, quedándose como una esfinge muda y misteriosa que pretende permanecer por los siglos de los siglos.








sábado, 2 de febrero de 2019




Los gallos habían dejado de cantar hacía rato pero en cambio las cabras balaban por las calles, buscando las afueras y los riscos donde brincaban, encontrando basuras, malezas, palos, cortezas y pasto que las alimentaban bien.
 Todavía en la habitación donde habían descansado con sueño profundo, padres e hijo, ya levantados, sacaron los paquetes de los morrales, poniéndolos encima de una mesa destartalada. Abrieron uno que tenía comida, y sonriendo, desayunaron con pasteles y carne fría de sabor maduro. Recogieron las hojas sobrantes para botarlas en otra parte, y se limpiaron el cuerpo con trapos humedecidos en un pozo que había en el patio. Se arreglaron las túnicas y los turbantes que no habían sido estrenados, procuraron quitarles algunas manchas viejas que quedaron disimuladas, y finalmente la señora se acomodó el velo asegurándolo en su frente con una diadema de piel de armiño, saliendo así a la ciudad que los miró extrañada porque la vestimenta que tenían era completamente Judía. Algo confusos apresuraron el paso, caminando sobre las piedras que empezaban a calentarse de modo acelerado. Evitaron las cabras que corrían alegres de un sitio a otro……. olían espantoso y dejaban el aire apestado............Saludaban a la gente por las angostas calles y seguían sin parar.
Iban a la casa donde Sansón se había encontrado con Dunia días antes, y donde habían dejado los camellos la tarde anterior, después del viaje desde Israel. En media hora de caminata, estuvieron en las afueras. No era mucha la gente que transitaba por ahí, solo vecinos que cargaban agua desde el pozo grande construido por el gobierno, y otros que llevaban las cabras a donde hubiera mucha hierba y malezas para alimentarlas mejor. No se demoraron en la caminata porque el joven Sansón estaba ansioso de encontrarse con la muchacha “Necesito ver a Dunia”, decía.
Desde lejos contemplaron la casa a la que iban. Era grande, de paredes blancas con plancha donde las señoras subían a pasar las tardes para mirar el campo y para hablar de cosas, cuando ya iba anocheciendo. Allá sentían la frescura del viento y descansaban los ojos y el cuerpo mirando a lo lejos.





martes, 22 de enero de 2019

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 58




“Ya están agotados”, pensó Sansón, caminando por fuera de la guarnición junto a un bajo muro que le permitía ver todo sin problemas. Llegó frente a una sala en penumbras donde vió a un panzudo general divirtiéndose con dos mujeres danzarinas. Le ofrecían en copas de cristal, vino antiguo que él tomaba mientras las miraba danzar livianas al ritmo de una música imaginaria. Después de la danza, las dos jóvenes se tumbaron en el suelo mientras las nubes pasaban con calma, muy arriba en la noche y los gemidos de gozo se extendían en las paredes de la sala.
“Son las doce y media” dijo Sansón, y regresó al albergue silencioso y en penumbras. Encontró a sus padres despiertos. “Donde has estado hijo?” Le preguntó la madre. “Recorrí casi toda la ciudad”. “Recuéstate y descansa”. “Si”. “Que duermas hijo”, dijo Manoa. “Gracias padre. Descansa también”.
Ahora si, el sueño les llegó a los tres. Quedaron abandonados encima de las esteras, recuperando las fuerzas y el valor tan necesarios. No soñaron nada o por lo menos no recordaron haber soñado. Tan profundo fue el sueño de esa noche.

A las siete de la mañana el sol ya estaba alto y amarillo. Era una bola brillante y espléndida, puro oro, derramándose en millones de rayos, encima de la tierra. En la distancia, masas de nubes rojas algo quietas, le ponían una silueta fantástica a la ciudad que se calentaba acelerada desde temprano.
Decenas de camellos despaciosos, iban cargados por las calles, con equipajes, bultos de ropa, chucherías, tapetes, artesanías, collares, anillos, diademas, loza para el comercio que empezaba el día entre un alboroto caliente, entre gritos, órdenes y zalamerías de toda clase en la agitada barahúnda del dinero. Los gallos habían dejado de cantar hacía rato pero en cambio las cabras balaban por las calles, buscando las afueras y los riscos donde brincaban, encontrando basuras, malezas, palos, cortezas y pasto que las alimentaban bien.





sábado, 12 de enero de 2019

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 57



Amiga Filistea de sansón..

Manoa observaba a la gente y lo que hacían, pero no decía nada. La madre también miraba todo, callando;  pensaba que la región donde vivía en Israel, tan distinta a esta, le daba paz y silencio, esa tierra le ofrecía fortaleza y seguridad todos los días y por eso la amaba.
Caminaron dos horas por varias calles, hasta que Sansón llevó a sus padres al albergue para que descansaran ahora si, mucho rato
Les dijo “Quiero salir otra vez porque necesito conocer bien la ciudad; acuéstense y descansen que yo ahora vengo”. “No te demores hijo estaremos esperándote”, dijo la madre.
Salió Sansón. 
Primero caminó por muchas calles solas entre las que pasaba un viento caliente y pegajoso, entró a las galerías. Vio vigilantes, guardando las mercancías de los ladrones que eran muchos a esa hora. La luz era escasa y como notó actitudes sospechosas, salió rápido a visitar los templos, iluminados por faroles. Tenían las puertas abiertas. Adentro había gente de rodillas, adorando los monumentos de madera, de plata y bronce y pensó “Los sacerdotes ocultan las verdades, enseñan a la gente solo lo que a ellos les conviene”. Fue a los altares donde percibió aromas de incienso. El ambiente era tranquilo y se sintió bien, quedándose un rato allí, procurando comunicarse con las poderosas fuerzas de la naturaleza que él continuamente invocaba para encontrarse con el Uno.

Cuando salió, caminó por tres calles muy empolvadas, con casas grises y monótonas, escuchó chirridos de chicharras entre algunas piedras blanquecinas, y el rasgar de otros bichos que no logró ver, por la oscuridad que había. Al terminar de andar esas tres calles, se encontró de frente con una guarnición militar, esa si, bien iluminada por grandes antorchas que echaban humo espeso y negro. En un patio grande de suave arena color amarillo rojizo, rodeado de columnas blancas, decenas de hombres sudorosos y con taparrabo, practicaban el lanzamiento de la lanza y el uso de la espada. Maniobraban con las redes y la jabalina. Eran rudos, fornidos, musculatura enorme. Respiraban poderosos. El jefe militar obligaba a los soldados hasta la debilidad o hasta la muerte, porque  necesitaban hombres forzudos, ágiles, insensibles al dolor.


domingo, 6 de enero de 2019

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 56



(Muchacha Filistea mirando a Sansón por la ventana)

Los camellos los dejaron con la primera familia que encontraron a la orilla de la ciudad donde días antes Sansón había hablado con la joven que ahora andaba buscando para convertirla en su mujer.
Le había dicho a la familia. “Mañana volveremos para ver los camellos y para que nos digan a que hora encontramos a Dunia”. “Los esperaremos”, les respondieron.
Esa familia era dos hermanas gemelas de sesenta años y un anciano que se pasaba el día sentado en una silla de bambú sin decir una palabra, mirando la distancia para adivinar en las nubes la presencia de algún dios que quisiera decirle algo. Era el marido de una de ellas y aunque no estaba enfermo, sentía pereza de caminar. Decía que andar le agotaba las energías que debía guardar, sentado como siempre estaba, para convertirse en un inmortal al que el mundo debía adorar.

caminaron un rato por las calles semiiluminadas por las antorchas y los faroles que alumbraban poco, dejándole espacio a las sombras movedizas
Las familias salían a las puertas de las casas a conversar y a mirar lo que pasaba. Manoteaban, escupían, maldecían y reían estruendosos. Otros, muy pocos, hablaban en voz baja y con prudencia, a ellos se le podía contar con los dedos de las manos y sobraban dedos.
En general era una ciudad de gente rebelde, descreída, sin prudencia ni fe.
En aquella hora, sodomitas y pederastas paseaban sonrientes y melindrosos por las calles en penumbra, con los labios muy rojos y los ojos pintados con líneas oscuras que les daban un aspecto lujurioso y maléfico. Iban casi desnudos moviendo los muslos y las nalgas de modo alarmante. Invitaban a un posible encuentro, “muy ardiente”, decían, en los rincones de las casas, en los recovecos del camino o en las esquinas oscuras. Hablaban impúdicamente a los hombres con los que se encontraban en el camino “Te espero mi amor. . .Estoy lista para ti, y para todos los que quieran”, y tocaban a los transeúntes, siguiendo el camino, contorsionándose y mirando atrás por si alguno los llamaba.
Manoa observaba a la gente y lo que hacían, pero no decía nada. La madre también miraba todo, callando;  pensaba que la región donde vivía en Israel, tan distinta a esta, le daba paz y silencio, esa tierra le ofrecía fortaleza y seguridad todos los días y por eso la amaba.

Caminaron dos horas por muchas calles, hasta que Sansón llevó a sus padres al albergue para que descansaran ahora si, mucho rato





domingo, 16 de diciembre de 2018

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 55





También en las procesiones en los días de fiesta y fines de semana, llevaban entre ritos y gritos discordantes, gigantescos phalos hechos de madera. Los cargaba una muchedumbre delirante y enfebrecida que acercándose a él, lo veneraban pidiéndole multitud de cosas. Los sacerdotes lo bendecían rociándole agua y esencias de flores entre un humo agradable pero profano.
Todos querían llevar en sus hombros el emblema del poder y del placer. Adoraban esos  penes en ritos de entrega y éxtasis mientras la procesión seguía lenta hasta un campo abierto donde los sacerdotes ofrecían otros sacrificios a los dioses. Esas ceremonias se cumplían en todo tiempo muy de mañana y al caer la noche hasta bien tarde.
En general, la gente caminaba ocupada en sus afanes y deseos.
El comercio empezaba a cerrarse a esa hora, pero en cambio otros lugares algo inciertos se llenaban con gente que reía mucho y hablaba duro.
En estos días, en un teatro al aire libre, se estaban presentando artistas de Sodoma que caminaron muchos kilómetros para venir a distraer a los Filisteos.
Esa noche interpretarían canciones recién inventadas, lo harían con arpas, cítaras, flautas y panderos, habrían también, trovadores, lectores de versos y muchachas gráciles de voces de cristal; los Caldeos y los habitantes del alto Egipto, en días pasados, habían quedado maravillados frente a tantas muestras de fino arte.

Sansón, después de haber entrado en la ciudad, consiguió una posada sencilla en una calle angosta y empedrada, donde los muchachos corrían, jugando y gritando hasta tarde, alumbrados por las antorchas que las familias colocaban al frente de las casas y que votaban un humo espeso y apestoso.
Los camellos los dejaron con la primera familia que encontraron a la orilla de la ciudad donde días antes Sansón había hablado con la joven que ahora andaba buscando para convertirla en su mujer.
Le había dicho a la familia. “Mañana volveremos para ver los camellos y para que nos digan a que hora encontramos a Dunia”. “Los esperaremos”, les respondieron.
Esa familia era dos hermanas gemelas de sesenta años y un anciano que se pasaba el día sentado en una silla de bambú sin decir ni una palabra, mirando la distancia para adivinar en las nubes la presencia de algún dios que quisiera decirle algo. Era el marido de una de ellas y aunque no estaba enfermo, sentía pereza de caminar. Decía que andar le agotaba las energías que debía guardar, sentado como siempre estaba, para convertirse en un inmortal al que el mundo debía adorar.








jueves, 29 de noviembre de 2018

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 54




. Continuaron el viaje largo y rutinario hasta que el cielo se fue oscureciendo como agüero de tormenta pero definitivamente no pasó nada. El viento y el desierto no quisieron enfurecerse ese día.
Varias veces se bajaron de los camellos para relajarse y distensionarse caminando algunos metros. Lo necesitaban mucho, sobre todo la señora que se maltrataba fácilmente porque no estaba acostumbrada a los  ajetreos del desierto.
Comían pasteles, tomaban agua, hablaban del calor aplastante del día; de la arena extensa como el mar; de los escasos viajeros  del desierto que vieron solo una vez a lo lejos, y en esa forma, seguían quitándole espacio a la distancia, hasta que a las cinco y media de la tarde llegaron por fin a las afueras de la ciudad que les pareció algo intimidante.

Era una urbe extensa de bajas edificaciones de piedra blanca, torres abovedadas, ángulos agresivos y luces amarillas que salían de abajo de las edificaciones, proyectándose débilmente al espacio gris. Los templos y el palacio de los gobernantes  tenían mas altura que las casas, construidas  en una vasta extensión algo verde, lo que permitía apreciarlos desde lejos.
Las torres de las murallas terminaban en puntas redondeadas e incitantes. Eran inmensos phalos que la gente adoraba de rodillas con sus manos y sus besos. Ponían las manos en ellos, abrazándose al símbolo de piedra en actos de intensa idolatría y hasta de locura, pidiendo el cumplimiento a sus íntimos deseos. Les pedían que les quitara las enfermedades, que les diera dinero, que les eliminara a los enemigos y que destrozara a los malos gobernantes que los esclavizaban.
También en las procesiones en los días de fiesta y fines de semana, llevaban entre ritos y gritos discordantes, gigantescos phalos hechos de madera. Los cargaba una muchedumbre delirante y enfebrecida que acercándose a él, lo veneraban pidiéndole multitud de cosas. Los sacerdotes lo bendecían rociándole agua y esencias de flores entre un humo agradable pero profano.