viernes, 10 de noviembre de 2017

CUIDADO SANSÓN, LO QUIEREN MATAR 22



Como si adivinara el afán que el muchacho tenía de llegar al país filisteo, corrió largas horas sin detenerse hasta que a la distancia y ya casi anocheciendo, vieron la ciudad con las torres blancas de los templos muy iluminadas, las luces amarillas de las antorchas en las atalayas que rodeaban la metrópoli lanzaban chispas y rayos de distintos colores. Vieron también los edificios del gobierno donde se cocinaban las leyes del país, muchas de ellas arbitrarias.
Aceleraron mas la caminata  para que la noche no los cogiera en el camino. En el término de cuarenta y cinco minutos llegaron a las afueras de la ciudad donde crecían palmeras en abundancia y donde se veían cultivos de vid y rebaños de ovejas que balaban buscando sus corrales para irse a descansar. Altos árboles maderables por doquier semejaban gigantes paralíticos de mil brazos pidiendo auxilio.
El pasto era abundante, igual que la maleza desparramada e insistente en todo lugar. Una luna pálida y fría se levantaba mas allá de las murallas entre el gris de un hondo espacio sin estrellas.
Algunos habitantes de la región por donde estaba entrando Sansón, iban con  cántaros a un pozo grande y comunitario que los abastecía del agua para la noche y los primeros oficios de la mañana. Conversaban entre ellos de las cosas que habían pasado en la ciudad ese día, y de lo que les había sucedido a ellos mismos. Se reían y hacían chanzas mientras lanzaban una vasija que estaba amarrada a un lazo y que permanecía en el borde del pozo, con ella sacaban el agua que estaba a unos quince metros de profundidad pero que era limpia y muy fresca. Llenaban los cántaros y después de decirse mas bromas y reír, subían las vasijas al hombro yéndose a sus casas con el ánimo alegre para disfrutar de un buen descanso en esa noche.

Diecinueve años atrás, la madre de Sansón, mientras sacaba agua del pozo al lado de la casa, había visto de repente en el espacio frente a ella, la silueta medio transparente pero luminosa de un joven de cabello largo y negro, ojos serenos y sonrisa perfecta que agitaba sin cesar sus alas color crema para mantenerse suspendido en el aire.
     La luz diáfana que lo rodeaba, iluminaba los alrededores con fulgores tornasolados que hacían callar a los animales por la intensidad, quedándose quietos donde estaban.
Mara escuchó al joven y volátil visitante cuando le decía desde el aire:
“He aquí que tu eres estéril y nunca has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo.
Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda.
Pues he aquí que concebirás y darás a luz un hijo; y navaja no pasará sobre su cabeza porque el niño será nazareo a Dios desde su nacimiento, y el comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos”.

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