domingo, 14 de enero de 2018

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR




Fue tal su caos y su deseo de ser el dueño de la joven, que sin dudar le dio mas agua al camello diciéndole “Vámonos Dock, regresaremos a Israel porque mis padres deben volver conmigo aquí, en menos de un tiempo”.
El animal lo miró fijo y sorprendido por esa inesperada orden, sin embargo se inclinó obediente arrodillándose en sus patas delanteras para que Sansón subiera a sus jorobas. Después de sentirlo en sus espaldas se volvió a parar, empezando así el camino de regreso sin perder ni un segundo en el camino, cosa que era vital para el muchacho.
Iba con extraordinario afán, con una avidez frenética que le encendía la carne y le impulsaba la sangre poniéndolo reloco.
 Fue muy testarudo e inconsiderado con el camello al que Obligó a correr el trayecto de vuelta casi sin detenerse. No le importó que la noche llegara profunda y ciega, que la luna no estuviera en su lugar, o que las estrellas hubieran huido a otros sitios, no, nada de eso le importó, y así siguió sin parar, hasta que a las dos de la mañana llegó a las grandes peñas que marcaban la mitad del camino en el desierto.
Bajó de Dock permitiéndole que descansase un rato, lo dejó libre para que caminase y buscase que comer, mientras él, maltratado y seco, se recostaba de espaldas sobre una mullida hierba que le refrescaba el cuerpo, aliviándole la tensión. Relajaría los músculos que tenía adoloridos, y se fascinaría trayendo a su mente la imagen de la muchacha que no lo dejaba en paz, pero que le daba fuerzas para seguir. Puso la cabeza encima de una piedra algo plana y no muy alta, en la base de una pared que se elevaba sólida y vieja, quedándose dormido en un instante por el cansancio que ya no pudo dominar.

Nunca supo cuanto durmió pero sí habían sido varias horas, porque cuando los ladrones del desierto lo sacaron de su letargo ya era de mañana. “Dennos lo que lleva muchacho”, le dijo uno de los ladrones poniéndole una daga en el cuello y torciéndole el brazo izquierdo hacia atrás mientras los otros lo rodeaban en el suelo mirándolo con ansia y dureza y echando ojeadas  alrededor, para ver que podían llevarse.
Eran cinco facinerosos de pelo largo, grasoso muy desordenado. Estaban sin turbante quizás porque todavía había frescura en el ambiente. La barba también era grasosa y espelucada, rebelde. Los ojos grandes y hundidos en unas cuencas marcadas por la sed del desierto y por el hambre que era su ración diaria, eran ojos astutos y perversos. Los rostros miserablemente huesudos y peligrosos y tres bocas totalmente muecas que producían horror y lástima, los otros dos se veían monstruosos y brutales por sus facciones demoníacas.
Todos los cinco escupían muy seguido saliva ácida y amarillenta mientras maldecían y rugían semejantes a bestias, entre gestos agresivos, amenazantes y  violentos. “Grrrrrrr, grrrrr”






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