miércoles, 19 de mayo de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 29 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Montada en su elefante blanco, pasó frente a los visitantes saludándolos, "Que bueno estar entre ustedes. Gracias diosa tulima por haberme invitado a éste lugar tan maravilloso", le dijo, siguiendo hasta el otro lado donde se acomodó escuchando las risas y los gritos Pijaos mientras se arreglaba el cabello, deslizado debajo de su corona. Tenía un vestido de colores fuertes que la hacía hermosa, pulseras de oro de suave sonido y una varita de oro con un diamante en la punta. La llevaba en la mano izquierda levantándola, saludando a la muchedumbre que hacía corrillos para verla.
Con la diosa Inhimpitu venían los mamos Seraira y Moró. Eran los intermediarios entre las fuerzas celestiales y los hombres y eran también los dueños del conocimiento y del poder en su pueblo. Estaban vestidos de blanco y tenían gorros grandes también de color blanco con hilos negros en figuras geométricas. Llevaban sandalias de maguey parecidas a las de los Pijaos. Iban serios con la mirada profunda.
Seraira era el cacique de los indígenas en ciudad perdida. Con solo ver una planta, tocarla y olerla, adivinaba sus propiedades, de tal modo que se convertía también en médico y brujo. Pasaba largas horas sentado debajo de los árboles meditando y buscándose a si mismo. Había despertado sus facultades a tal grado, que todos venían a pedirle consejo: "Ayúdenos sabio Seraira, ayúdenos por favor". Era un hombre respetado y casi venerado. Cuando la diosa Tulima se acordó de invitarlo al nevado, sintió satisfacción porque podía hablar con aquel hombre callado, dueño de gran sabiduría. "Siempre seré amiga de ese sabio. En la tierra existen pocos como el", pensaba la diosa. Entró a la caverna montado en su elefante como los otros. Tulima inclinó su cabeza en un saludo. "Es una alegría volver a verlo", le dijo a media voz desde su roca. Saludó a los visitantes y a la muchedumbre acomodándose al lado de la diosa Inhimpitu que también se alegró de verlo. "Hola seraira como está". "Bien", respondió el.
Moró, el otro Mamo, era el patriarca de los Wayú en la Guajira y el jefe militar de su país. Era también un gran trabajador. Casi todos los días iba con sus indios a la orilla del mar y a las minas de sal para recoger el mineral que comercializaba con muchas tribus. "Tenemos que afanarnos en la recolección de la sal porque viene mucha gente y no alcanza para todos". Le decía a su pueblo que iba detrás con instrumentos de madera para su trabajo.
Las tribus le daban a Moró y a los Wayú a cambio de la sal, anillos, pectorales, tobilleras, diademas, guayucos, túnicas, comida, instrumentos de música y piedras preciosas.
Pasando frente a los convidados saludó nervioso, acomodándose con su elefante al lado de Seraira, su buen amigo. "Que mas, Seraira", le preguntó Moró. "Muy contento de estar aquí", dijo Seraira.

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