En poco tiempo tomó forma humana hasta que todos le miraron el cuerpo consistente. Ese gigante era el jefe del nevado, el señor del poder y de la fuerza. Levantó su moco y abrió la boca para decir con atronadora voz: "Gracias por haber venido, dioses de Columbus y jefes de los Chibchas, de los Arawak y de los Caribes. Estar con ustedes es vivir con la magia, con el poder y las riquezas. El pueblo Pijao está felíz de conocerlos". Bajó el moco, sacudió la cabeza, dijo palabras que nadie entendió y levantó los brazos. De pronto las paredes, el piso, la arena, las bóvedas cambiaron su tonalidad a colores brillantes. Todo se transformó en oro con enormes vetas de esmeraldas y diamantes. La gente se enmudeció por la maravilla.
Viendo el prodigio, Quemuenchatocha pasó saliva, los ojos se le abrieron y una espuma se le atragantó. Tembló de placer y de avaricia, el corazón le palpitó enloquecido y una ambición siniestra se apoderó de él. "Es el momento de hacerme dueño de éste nevado y de las riquezas de aquí. No me había dado cuenta que los Pijaos tienen centenares de mulas cargadas con bultos de oro y piedras preciosas y eso me pone loco. Todo eso debe ser mio. Todo, todo". Extraviado y delirante volteó a mirar al cacique Calarcá al que le dijo: "Cacique Calarcá présteme su lanza". El guerrero sorprendido y sin entender qué quería, se la mandó a Quemuenchatocha que la agarró en su vuelo, la lanzó contra el gigante para matarlo de un golpe pero el señor del poder y de la fuerza le hizo un pase mágico que lo paralizó transformándolo en estatua de oro con ojos de esmeralda. Infortunadamente ese pase se extendió paralizando a todo el mundo que había allí. También fueron estatuas de oro y figuras de esmeralda.
Ahí se suspendió la vida.
Se acabaron los gritos, los silbidos, los relinchos, los empujones, las palabras y el gigante desapareció. Fue el museo del encanto y del embrujo. el teatro de lo imposible.
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