sábado, 29 de mayo de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 35 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Con esas luces, el león se paró sacudiéndose para despertarse.
Huenuman todavía estaba dormido porque la cueva se había calentado con el fuego de la antorcha. Ese calorcito lo profundizó y como también estaba cansado y maltrecho su cuerpo aprovechó la buena situación para reponerse. El león se le acercó dándole lambetazos en la cara, "Levántese señor, ya es hora de seguir", le dijo mirándolo penetrante mientras el brujo sonreía limpiandose la cara con la ruana. "Pero primero buscaremos algo de comer". "Si", contestó Huenuman.
El mago se paró arreglándose el pelo alborotado y acomodándose la corona de plumas. Acarició la cara y la melena de su amigo que recostó la cabeza en sus piernas.
Salieron.
Caminaron entre los árboles en silencio por si acaso encontraban una presa que les quitara el hambre. El olfato del hombre y del león se pusieron intensos. No fue difícil encontrar la presa porque el bosque estaba lleno de animales, muchos desprevenidos a esas horas de la mañana. Huenuman y el león iban a aprovechar cazando alguno que los saciara.
Hubo un inesperado salto. Un zarpazo enorme y brutal del lén cayó encima de un ternero incauto extraviado del rebaño de su madre y que comía ramas tiernas en ese momento. Quedó tendido entre la maleza, debajo de un árbol de eucalipto que le hacía estorbo al sol. Se retorcía bajo las fauces de la bestia que le desgarraba la piel sacándole los intestinos. Tenía los ojos brotados, enloquecidos sabiendo que hasta ahí le llegaba la vida. La lengua le bailaba extraviada en la boca tan abierta.
La fiera se le aplicó en el cuello, apretó mas y mas dejándolo exánime en las malezas. Ahí aflojó un poco volteando a mirar al mago con delirio. "Tiene que dejarme algo de carne" le dijo Huenuman viendo que su amigo se disponía a devorárselo. El felino volteó a mirarlo diciéndole "Coja un pernil y lo asa porque si se descuida no le dejo nada". "Si, eso hare inmediatamente". Sacó entonces un largo cuchillo que guardaba entre el guayuco y la cintura y agachándose apartó al león que rugió disgustado, pero al final esperó hasta que Huenuman cogió un pernil con el que se fue a la entrada de la cueva. Iba a prender una fogata aprovechando la candela de la antorcha que todavía estaba viva y flameante. "En poco tiempo lo asaré y calmaré esta hambre que me está matando", pensó juntando palos secos, ramas, hojas . . .
El resto del ternero se lo comió el león tirando de la carne que en poco tiempo desapareció dejándolo satisfecho.
Huenuman prendió la fogata, embutió la antorcha ahí hasta que las llamas se alzaron airadas entre los crepitantes palos. Metió el pernil despues de adelgazarlo con el cuchillo. La carne chirrio cambiando los colores de la candela que se retorcía como cuerpo de mujer, haciendo volar chispas azules, verdes, violeta y amarillas perdiéndose en el aire limpio. Le daba vueltas y vueltas sin parar hasta que un olor apetitoso se elevó incitando a los gallinazos y otros animales que se acercaron cautos entre las ramas. Mientras tanto el hombre cortaba pedazos de carne, saboreándola en medio del humo volátil que lo rodeaba ahogándolo. Le dieron ganas de empezar el viaje de hoy que presentía aventurero y veloz.
Se limpió la boca con la ruana. Se paró del tronco chupándose los dientes diciéndole al león: "Vámonos amigo que se nos hace tarde. Hoy tenemos que llegar a Cajamarca, no podemos perder el tiempo". "Bueno, como ordene señor Huenuman. Móntese y nos vamos."

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