Entraron a la maloca donde ya estaban sentados muchos indios cantando y silbando. Mohán se concentró chupando su tabaco, se puso contento pensando que montaría otra vez en el cóndor de los Andes, "El viaje anterior fue una aventura deliciosa". Pensó. De pronto dijo: "Voy a buscar a mi amiga Madremonte, está mirando como baja de enfurecido el Anaime. No me demoraré". "Bueno, corra pues y venga rápido", le dijo la princesa Millaray pensando en el viaje. "Seremos cinco viajando en las costillas del cóndor" pensó "Eso no es ningún problema para el".
Mohán volvió a salir por la puerta de palos y guaduas atravesadas de la maloca y casi corriendo cruzó el caserío para bajar al río donde encontraría a la diosa Madremonte. "Tengo ganas de verla", pensó. Ella se bañaba allá todos los días en largos ratos de abandono.
Mohán le diría lo del encantamiento de las tribus y la necesidad de que ella estuviera para romper el hechizo. "Sin ustéd Madremonte, no podremos hacer nada", le diría. También le contaría que viajarían con el mago Huenuman. Que irían con el cacique Ibagué y con la princesa Millaray en el cóndor de los Andes.
Madremonte estaba desnuda en la orilla del río.
Recibía la brisa del agua torrentosa danzando sensual semejante a una ninfa de los bosques. Su cabello mojado y suelto la hacían seductora. Los pechos soberbios se impulsaban rítmicos bajo los movimientos de la danza. Los ojos de pasión y la sonrisa invitaban al encuentro en los crespones danzantes del agua.
Mohán la vió desde lejos y se estremeció como no le pasaba hacía días. "Huy que hermosura de mujer", se dijo saltando encima de un tronco de eucalipto. Sintió un fuego subiéndole desde sus piernas atravesándole el pubis, quemándole el estómago y el pecho, sintiéndose calcinado. "Que es lo que me pasa cuando la veo desnuda. No puedo controlarme, esa mujer me mata" pensaba sin dejar de mirarla. Se enloqueció corriendo como un fauno, saltando y respirando dificultosamente. Era un irracional.
corrió encima de los barrancos y las piedras, de los troncos y las raices. Se desbocó por un camino apenas abierto entre la maleza, se hirió con las espinas y las ramas. Finalmente llegó al lado de su amiga que no dejaba de sonreír y de danzar. "Será mio todas las veces que yo quiera. Este brujo nunca me falla, haré con el lo que me de la gana". Al verlo junto a ella estiró los brazos invitándolo a un rito al borde del agua. "Esta mujer me es infiel y no le importa nada", rugía el río estrellándose contra la montaña. El agua sabía que Madremonte era su dueña y por eso al verla abrazada a Mohán se debatía en ruidos y espumas.
La mujer se pegó al cuerpo de su amigo "Ven Mohán, dame la felicidad". Lo abrazó suave haciéndole sentir su carne loca. "Es que no te gusto?", le preguntaba retorciendose. Bajó las manos por las nalgas de su amigo, luego encontró un gigante de cabeza congestionada "Ooooohhhh, esto es lo que me gusta de ti. Siempre estás dispuesto cada vez que quiero."
El agua los bañaba y ellos no se daban cuenta. "Quiéreme como solo tu sabes, Mohán. Repítelo como lo hiciste en los hielos del nevado, repítelo por favor", decía Madremonte gimiendo. "No le pongas cuidado a nada, solo dame tu amor y nada mas"
Se tumbaron en la tierra y en el pasto mojado . . .
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