miércoles, 16 de junio de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 46 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Llovizna como agujas caia sobre ellos. "Cóndor bajamos un rato mientras deja de llover?" gritó la princesa Millaray afanada. "Esperen vuelo otro poquito. No falta mucho para llegar al nevado pero si ustéd quiere princesa, podemos aterrizar en los bosques de eucaliptos". "Si cóndor, bajemos porque aquí nos vamos a helar". "Baje pronto", le ordenó Mohán al que el agua le había apagado el tabaco. Entonces el cóndor volteó al oriente descendiendo entre las nubes y bajo el aguacero.
Pisó el suelo en un espacio libre de árboles pero lleno de piedras y rocas. Era el mismo sitio en que Huenuman y el león de melena roja habían pasado la noche en su viaje desde el nevado hasta el pueblo de Cajamarca. El mago dijo "Llegamos a un lugar en el que descamparemos. Allí hay una cueva en la que podemos meternos". "Y ustéd como sabe?" le preguntó Millaray. "Porque he estado ahí y ahí he dormido". "Si?, tan bueno". Se deslizaron por el ala del buitre recogiendo los elementos del rito, corrieron bajo el aguacero detrás de Huenuman que iba a la cuevita. Llegaron y metiéndose se acamparon del diluvio que iba a durar mucho rato.
La tarde pasaba. Estaba temprano pero parecía que ya fuera a anochecer, por las nubes y lo espeso del agua.
La cavernita estaba oscura y fría y como Huenuman se acordó de los bichos que pudieran haber, les dijo: "Esperen en la entrada, voy a prender una antorcha para que haya luz y calor y para que las plagas se vayan". "Bueno" dijo Madremonte apretándose contra las peñas. Entonces el mago cogió la antorcha abandonada en un rincón desde la vez pasada, y soplándola hizo aparecer llamas azules, verdes y amarillas que iluminaron la cueva dando calor. Todos quedaron admirados del prodigio del mago porque sin necesidad de chispas ni de combustible, encendía la antorcha con su aliento. El los miró sonriendo y ellos no dijeron nada, comprendiendo sus poderes. El hombre la puso en lo alto de una roca para que iluminara mejor. En poco tiempo se acomodaron poniendo las hojas secas y la paja que huenuman había traído la vez anterior para amortiguar la talladura de la arena y de algunas ramas que no se dejaban sacar.
Millaray se ovilló al lado de Cajamarca "Estás tibiecito. Pronto nos quedaremos dormidos". "Si", contestó el tocándole la cara y el cabello empapado debajo de su balaca de oro. Madremonte se pegó a Mohán haciendo un ruidito de frio con la lengua "Dame tu calor" le dijo. "Quédate ahí para que te llegue pronto" murmuró el arrunchándose encima de las hojas y pasando un brazo por la cintura de la diosa protegiéndola de los peligros. Huenuman estaba recostado de espaldas en una pared lisa. Su mirada se perdía en la neblina. Se concentraba encontrando su calor y su luz.
La noche llegó veloz. Ellos ya estaban dormidos.

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