Otros indígenas que no pudieron comer carne de mula, cazaban a flechazos los pájaros voladores entre la neblina hacia sus nidos y también las águilas atraidas por los restos. Uno, dos, tres, cuatro . . .veinte indios acertaban en el flechazo corriendo a donde habían caido las aves convulsionándose y estremeciendo las alas y sus patas en la agonía. Les arrancaban las plumas comiéndoselos crudos casi de un solo bocado.
De pronto como impulsados por una extraña orden empezaron a bajar de la montaña entre largos gritos "Eeeiiijjjaaaa, eeeiiijjaaa, eeeiiijjaaaa" silbidos y berridos "Uuujjuuuaaa, uuujjuuuaaa, uuujjuuuaaa" con paso acelerado regresando a sus pueblos que extrañaban. "Nuestra tierra es lo principal" decían.
"Lo que me gustó fue haber conocido a la diosa Tulima y a los otros dioses" decía un hombre resbalándose en el hielo. "A mi me gustó mucho la diosa Bachué. Dicen que tiene mas de dos mil años y lo joven que se ve" respondía una muchacha colorada llevando cargado en sus espaldas un niño llorón.
Las mulas relinchaban saltando porque a pesar de ir cargadas con oro, con ropa, lanzas, mujeres, niños y piedras preciosas, se sentían libres. Corrían testarudas entre el barro, las piedras y las rocas, en medio de frailejones, entre los bosques y los charcos por los caminos reconocidos mientras se separaban para llegar a sus destinos. Unas se fueron al norte otras al occidente buscando sus tierras. La única tribu que se quedó en el nevado fue la de los Panches. Esperarían a que Ibagué se desocupara en la montaña resplandeciente. Después bajarían a fundar un pueblo para dejar de ser los vagabundos de los caminos como muchos los llamaban.
Los hombres caminando entre las mulas se hundían en el barro de los aguaceros recibiendo el viento y el sol, cuidando a sus mujeres y a sus niños montados en los mulares.
El nevado se fue quedando solo, con el portón de la caverna abierto y adentro el señor de la fuerza y del poder con los dioses, los jefes indios y los amigos ayudantes en el conjuro.
Quemuenchatocha estaba amarrado gritando como un loco "Lo pagarán caro malditos. Abusar de un hombre poderoso como yo, no tiene perdón. Ya les llegará su hora". Tenía los ojos fuera de las cuencas. Su saliva era gruesa y la espuma se le salía de la boca resbalándosele por la mandíbula cayendo al suelo en largos y gruesos hilos. Su torcida naríz lo hacía ver torvo y maléfico hijo de los demonios. Había perdido la corona de oro y su cetro del poder que quedaron enterrados en la arena. Su cabello espelucado, grasiento y medio cano le daba una apariencia feróz. Solo tenía un guayuco que le iba hasta las rodillas y temblaba por la ira y por el frio que empezaba a metérsele en la sangre.
Calarcá e Ibagué lo empujaron hasta el portón de la caverna entre insultos
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