Su respiración era fogosa como fuelles en movimiento, el corazón y los pulmones parecían reventársele por el esfuerzo de la carrera hasta que finalmente llegaron sin problemas.
Ya en el volcán todavía humeante, amarró el caballo a un árbol grueso y acercándose al rayo de luz, comenzó a botar afanado, centenares de piedras que rodaban ruidosas por la falda del monte hasta bien abajo", decía el magnate mirando el diamante.
"Encontrar el objeto era difícil entre semejante pedrerío pero Mohán no descansó. Al contrario, se había quitado la corona de oro que siempre llevaba, lo mismo que sus pulseras. Se había deshecho de sus finos ropajes y de los collares fabricados por artesanos de la Chamba, dejándolos cerca al Líbano en una de las casas de su amiga Madremonte, y poniéndose un guayuco de piel de toro, se propuso empezar y terminar su tarea solo cuando hubiera encontrado eso que lo entusiasmaba.
Fabricó una tienda de campaña donde descansaría. Extendió una piel de puma en el suelo y tomándose una totumada de agua que había traido del otro lado, se aplicó al trabajo por horas y horas, olvidándose de todo, hasta de comer. Sin embargo cazaba pájaros que al volar, mataba con sus flechas. Sin perder ni un segundo le quitaba las plumas, ansioso, comiéndoselos de una vez.
Por fin en treinta dias de arduo trabajo, notó que la iluminación del monte era mas intensa porque la piedra que buscaba estaba cerca y sin darse descanso, siguió en su faena. El poco tiempo que dormía, lo acompañaba el sudor y una tensión exagerada que lo tenían agotado.
Cox se levantó respirando duro.
Caminó agachándose en la piedra, mirando las velocidades de los átomos, que lo asombraban. "Finalmente en un domingo de frio y mucha neblina, Mohán levantó una piedra de cuarenta kilos que arrojó por la falda del monte, dejando libre la increíble luz".
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