martes, 20 de septiembre de 2011

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 33




Deben tener hambre, sueño y cansancio y por eso tienen que reponerse antes de buscar al joven Zarva, quien ya debe saber que lo andan buscando".

Cajamarca y Millaray se miraban felicitándose por su suerte maravillosa. Le dijeron al cóndor "Cóndor vaya y descanse donde pueda, que pronto lo llamaremos" y sin hacerse repetir la órden, contestó "Como ordenen amigos". Voló a otras montañas cercanas donde buscaría animales para comer y donde descansaría tranquilamente.

En poco tiempo todos estuvieron en el pueblo.

Uno de los viejos jefes llevó a los jóvenes a una choza amplia donde les mostró hamacas de colores colgadas de gruesas columnas, en las que podrían descansar. Pero antes, dos mujeres cobijadas con largas ruanas también de colores fuertes, entraron con pailas de madera llenas de pequeños pescados asados, papas cocinadas, arracachas y trozos de carne de ovejo para que los hijos de Are se alimentaran.

Trajeron también totumas de chicha que Cajamarca y Millaray les agradecieron al momento "Gracias, gracias" decían sonriendo, empezando a comer con muchas ganas y a beber del líquido, demostrando así su agradecimiento.

Finalmente el viejo y las mujeres quedaron felices al dejarlos recostados en las hamacas en las que ya estarían dormidos. Y al salir, la noticia de su descanso se extendió en un instante. La gente se quedó afuera de la choza esperando hasta cuando salieran, porque querían verlos otra vez y seguirlos a donde fueran.

Durmieron largo rato entre el silencio del pueblo. Hablaban en cuchicheos para guardarles el sueño que el pueblo consideraba sagrado. "Cuando los hijos de los dioses duermen, el silencio debe ser absoluto" decía el viejo jefe andando entre la gente.

A las dos horas Millaray se levantó llamando a Cajamarca "Tenemos que ir al rio Minero como nos dijo el dios Are, porque allí encontraremos al joven Zarva. La multitud nos está esperando". "Si?" respondió el joven mirando por las rendijas decubriendo al pueblo casi todos sentados en el suelo, esperando su salida de la choza.

Cajamarca saltó.

Se acomodó la ruana y las flechas, se terció en el hombro el joto que siempre llevaba, mientras Millaray cargaba al Tunjo, envuelto en dos ruanas, llevando también en el hombro al pájaro de mil colores que iba y venía en actividad continua de sus alas.

Y salieron.

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