Subió otra vez al camello después de haber
caminado cuarenta minutos.
Solo el estaba ahí. Ningún otro viajero había
en la vasta y árida extensión.
Las dunas eran amplias y amarillas, a veces
rojizas y cafés. La arenisca la trasladaba el viento a otras partes en un juego
caprichoso, sin sentido aparente.
Después de que el camello caminó otra hora y
media sin detenerse, vio lejos, una mole rocosa, alta y formidable que le
indicaba que ahí era la mitad del camino. Su padre le había dicho que al llegar
a ese punto le faltaría otra extensión igual a la que había caminado para
llegar al país filisteo.
Se
puso feliz al darse cuenta de lo acelerada que había sido su caminata,
comprendiendo que si seguía al mismo ritmo, mañana en la noche estaría en el país
buscado. Ojala el camello no se cansara mucho. Por eso le acarició el cuello varias
veces y le dijo inclinándose para que lo escuchara “Amigo dock, caminemos hasta
esas rocas que se ven a lo lejos, y lo dejo
tranquilo para que descanse un rato”.
El animal hizo un sonido gutural suave e
íntimo caminando silencioso y sólido en respuesta a su amigo Sansón al que
conocía desde hacía tiempos porque continuamente le llevaba comida a su casa
donde Joaquín. Lo acariciaba y le hablaba al oído con cariño. Eso no lo
olvidaba. Aunque hombre y camello estaban cansados, se propusieron resistir
hasta la mole de rocas ya casi escondidas por la penumbra que se formaba en la caida
del sol.
Caminaron como una sola figura despaciosa
bajo estrellas que empezaban a guiñarles los ojos.
Siendo ya casi las ocho de la noche,
bordearon los altos escollos rocosos con el fin de encontrar un sitio para
descansar, para guarecerse y cuidarse de cualquier bestia que quisiera
atacarlos. No fue difícil descubrirlo en un ángulo verde, por el pasto y las
malezas que allí habían. Estaba protegido del viento y del sereno de la noche;
la formación pétrea hacía un alto y sólido techo bajo el que podían descansar
confiados y seguros.
Sin demora, Sansón bajó su equipaje de las
espaldas de Dock, y abriendo el morral sacó una carpa delgada y fuerte con la
que levantó un quiosco no muy grande pero que le ofrecía un cómodo resguardo. Después,
buscó para Dock un lugar para que también descansase y habiéndolo dejado a unos
dieciocho metros, entró en la improvisada vivienda; tendió allí un delgado tapete
de piel de un león egipcio, que un amigo suyo le había regalado hacía tres
años, después de que emparejó la arena con un palo seco que encontró cerca. Puso
el morral como almohada y recostándose, se relajó, pronunciando en silencio
algunas palabras con los ojos cerrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario