viernes, 20 de octubre de 2017

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR 19



Subió otra vez al camello después de haber caminado cuarenta minutos.
Solo el estaba ahí. Ningún otro viajero había en la vasta y árida extensión.
Las dunas eran amplias y amarillas, a veces rojizas y cafés. La arenisca la trasladaba el viento a otras partes en un juego caprichoso, sin sentido aparente.
Después de que el camello caminó otra hora y media sin detenerse, vio lejos, una mole rocosa, alta y formidable que le indicaba que ahí era la mitad del camino. Su padre le había dicho que al llegar a ese punto le faltaría otra extensión igual a la que había caminado para llegar al país filisteo.
 Se puso feliz al darse cuenta de lo acelerada que había sido su caminata, comprendiendo que si seguía al mismo ritmo, mañana en la noche estaría en el país buscado. Ojala el camello no se cansara mucho. Por eso le acarició el cuello varias veces y le dijo inclinándose para que lo escuchara “Amigo dock, caminemos hasta  esas rocas que se ven a lo lejos, y lo dejo tranquilo para que descanse un rato”.
El animal hizo un sonido gutural suave e íntimo caminando silencioso y sólido en respuesta a su amigo Sansón al que conocía desde hacía tiempos porque continuamente le llevaba comida a su casa donde Joaquín. Lo acariciaba y le hablaba al oído con cariño. Eso no lo olvidaba. Aunque hombre y camello estaban cansados, se propusieron resistir hasta la mole de rocas ya casi escondidas por la penumbra que se formaba en la caida del sol.
Caminaron como una sola figura despaciosa bajo estrellas que empezaban a guiñarles los ojos.
Siendo ya casi las ocho de la noche, bordearon los altos escollos rocosos con el fin de encontrar un sitio para descansar, para guarecerse y cuidarse de cualquier bestia que quisiera atacarlos. No fue difícil descubrirlo en un ángulo verde, por el pasto y las malezas que allí habían. Estaba protegido del viento y del sereno de la noche; la formación pétrea hacía un alto y sólido techo bajo el que podían descansar confiados y seguros.
Sin demora, Sansón bajó su equipaje de las espaldas de Dock, y abriendo el morral sacó una carpa delgada y fuerte con la que levantó un quiosco no muy grande pero que le ofrecía un cómodo resguardo. Después, buscó para Dock un lugar para que también descansase y habiéndolo dejado a unos dieciocho metros, entró en la improvisada vivienda; tendió allí un delgado tapete de piel de un león egipcio, que un amigo suyo le había regalado hacía tres años, después de que emparejó la arena con un palo seco que encontró cerca. Puso el morral como almohada y recostándose, se relajó, pronunciando en silencio algunas palabras con los ojos cerrados.









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