Ella recostó la cabeza en el pecho del
hombre y se quedó así un rato, sintiendo como las manos de el la recorrían
inquietas en la cintura, en la espalda, en los brazos, oprimiéndola como a una criatura
indefensa.
El amanecer los cogió así. Las palabras
sobraban en esos momentos pero en cambio la actitud de el, la fortalecían y la
llenaban de confianza.
Sansón montado en Dock avanzaba ligero en
dirección a las tierras bajas de los Filisteos, país poderoso y altivo que
subyugaba a las regiones vecinas, entre ellas a Israel para robarles sus
riquezas y para imponerles sus leyes y sus costumbres.
Ese día no hubo problemas en el viaje. El
andar del camello era rápido y seguro. Aunque sus patas peludas y sólidas se
resbalaban en la arena, el sabía sostenerse e impulsarse para no perder terreno
en su caminar. Conocía los secretos del desierto, sus altas temperaturas, sus
animales ponzoñosos y sus temerosas tempestades de arena que envolvían y ahogaban
a las caravanas que iban continuamente de un lado a otro haciendo comercio,
negociando alfombras voladoras, tapetes, lámparas mágicas, visitando amigos,
familiares y conocidos.
Sansón se había cubierto con el turbante, dejándo
únicamente los ojos destapados. Avanzaba sobre la monótona extensión extremadamente
caliente, sin descansar en todo el día. Solo a las cuatro de la tarde y ya completamente
agotado por el calor y el movimiento del animal, bajó a un valle donde una alta
roca como un monolito, proyectaba una sombra larga y perezosa en las arenas
amarillas.
Sintió descanso al caminar, y estiró los
músculos porque lo necesitaba urgente.
Inclinó la cabeza al suelo para descansar la
espalda y la cintura, luego sentado en la arena que estaba mas reposada bajo la
sombra de la roca, inclinó la frente hasta las rodillas sin flexionarlas,
sintiendo un relajante descanso, tiró las piernas hacia atrás flexionando la
columna, encontrando tranquilidad en pocos minutos. Se puso de pie y miró el
horizonte hondo, y un cielo medio gris muy lejos, pegado a la arena rojiza. Buscó
la bolsa donde llevaba el agua, la destapó jalando un corcho grueso, tomando
sorbos largos tanteando que le alcanzara hasta el país filisteo. Se comió tres
pasteles, preparados con harinas de tubérculos, arroz y carne de cabra que su
madre le había empacado en hojas vegetales, junto con otros diecisiete que guardaría,
porque la comida en el desierto era difícil. Masticó nueces y almendras aceitosas que le gustaban mucho
y que le daban energía. Eran sus golosinas.
Subió otra vez al camello después de haber
caminado cuarenta minutos.
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