lunes, 2 de octubre de 2017

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR 17



Ya acomodado en las gibas de dock, volteó a mirar a los padres diciendo  “Pronto volveré, esten tranquilos. “Hasta luego hijo, que el cielo te proteja”.
El animal comenzó a andar despacio y seguro entre los arbustos, las malezas y las palmeras que se movían suaves con el aire de la madrugada hasta que se fue perdiendo en la semipenumbra del nuevo día.
Los padres entraron a la casa.
Manoa abrazó delicado a su mujer porque la vio desfallecida. Le acarició el cabello varias veces y le besó los labios con ternura.
Era joven ella, y hermosa.
Alta, esbelta, trigueña y delicada.
Tenía luz de colores en los ojos y cristales en la voz.
Ocho sacerdotes del templo en la ciudad la deseaban secretamente. Imaginaban aventuras sexuales con ella, bajo las palmeras retiradas de la ciudad, en los caminos solos, encima de la arena o en los rincones mas escondidos del templo. La invitaban de modo especial a los actos religiosos para tenerla cerca mas tiempo y para tener también el pretexto de acercarse y sentirle su aroma que los embriagaba con pasión. Mientras predicaban, la miraban lascivos aparentando profunda dignidad y gran recato. Manoa se había dado cuenta de eso porque notaba la inquietud de ellos cuando Mara llegaba al templo, además ella le había dicho una vez mientras volvían a la casa  “Me siento perseguida por los sacerdotes, que no me quitan las miradas. Quieren tenerme, gozarme como sea. No te separes de mi cuando estemos en el templo. Esos hombres  violan los mandamientos divinos cuando me ven. “Lo sé, ya me he dado cuenta de eso, pero me gusta observar sus instintos sin decir nada”.
Mara había observado a Manoa con admiración por su prudencia.
También los hombres del pueblo se quedaban paralizados  mirándola mientras oraba porque esa actitud de ella era aun mas deseable en sus instintos. Definitivamente se les olvidaba a qué iban al templo, no recordaban las oraciones ni sus culpas por las que debían pedir perdón y casi se empujaban para estar cerca de ella…………”No llores, dulzura mia. Sansón estará bien siempre, las fuerzas de la naturaleza lo protegen todos los días y todas las noches, como nos protegen a nosotros también”. Le decía con ternura al oído besándola afectuoso.
Ella recostó la cabeza en el pecho del hombre y se quedó así un rato, sintiendo como las manos de el la recorrían inquietas en la cintura, en la espalda, en los brazos, oprimiéndola como a una criatura indefensa.
El amanecer los cogió así. Las palabras sobraban en esos momentos pero en cambio la actitud de el, la fortalecían y la llenaban de confianza.










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