Sin duda era una gran coqueta. Todas las
estrellas querian tenerla aunque fuera solo una noche o cualquier día, para
gozarla como nunca lo habían hecho
Esa noche pasó en dos horas.
Eso dijo Sansón levantándose afanado y medio
iluminado por la escasa luz de la antorcha que ya casi se extinguía. La
irregular llama flameaba inquieta, acariciada por un vientecillo imperceptible
que lograba llegar de entre los árboles.
Algunos gallos vagabundos que no respetaron
el sueño de las gallinas porque las persiguieron sin descanso, sacándolas de
donde estaban, se pararon trasnochados cantando roncos e impertinentes al sol
que empezaba a asomarse muy lejos en la honda silueta del desierto.
Eran las cinco de la mañana.
Ese amanecer se mezclaba con el silencio del
campo y con el silbido de algunos pájaros a los que les gustaba despertarse
temprano para picotear por ahí el alimento que encontraban. “Me parece que no
hubiera dormido nada”, dijo el joven a sus padres, que lo miraban, ayudándole a preparar un morral en el que echaba
cosas necesarias para el viaje.
En poco tiempo estuvo listo y como no quería
alargar ese momento, se acercó a su padre besándolo en la frente, diciéndole “Hasta
luego padre, creo que no me demoraré en éste viaje. Voy a ver que es lo que
debo hacer, según el llamado que siento en el pecho”. Manoa le dijo: “Hasta
luego hijo, cuídate mucho, que yo también rogaré por ti para que siempre estés
bien”
En seguida se arrimó a su madre. Le puso las
manos en la cara besándola en la frente y en las mejillas, acercó la cabeza de
ella a su pecho, quedándose así un momento. La oprimía delicado, sintiéndole
latir el corazón que estaba muy acelerado. Lágrimas silenciosas salieron de los
ojos de los tres y como Sansón no quería demorarse mas, salió apresurado al
lado de la casa, yendo junto al pozo donde encontró el camello comiendo hierbas
y cáscaras que Manoa le había llevado hacía poco.
Lo cogió del lazo diciéndole “Vamos Dock, el
viaje es largo y tenemos que aprovechar bien el día”.
Aseguró las cosas que llevaba, amarrándolas
de los aperos; lo hizo rápido, mirando a sus padres que estaban asomados a la
puerta, muy callados.
Subió al lomo del camello sin dificultad, porque
el animal se había arrodillado para que el muchacho trepara, poniéndose luego
de pié, muy manso.
Ya acomodado en las gibas de dock, volteó a
mirar a los padres diciendo “Pronto
volveré, esten tranquilos. “Hasta luego hijo, que el cielo te proteja”.
Te felicito!!
ResponderEliminar