El viaje fue normal y tranquilo hasta las
once de la mañana cuando vientos fuertes empezaron a soplar del oriente
levantando la arena en una tormenta que se iba haciendo mas fuerte cada vez.
El camello se quedó quieto porque sabía lo
que iba a pasar. Levantó la cabeza, olió el aire y miró nervioso y con los ojos
desorbitados la distancia que se hacía oscura. No quiso caminar mas e
inclinándose dejó que el muchacho bajara de sus jorobas para tenderse luego en
la arena poniendo las curtidas y gruesas espaldas contra el viento y la arena
que empezó a golpearlos.
El joven se resguardó de la tempestad que ya
había llegado con aterradora intensidad guardándose detrás de las espaldas del
camello.
Era de todos modos imposible caminar entre
aquella nube de arena y rogando a las fuerzas de la naturaleza para que el
fenómeno no durara mucho, tocó al animal en la espalda diciéndole duro para que
lo oyera “Muevase mucho, rebúllase seguido para que la arena no nos tape”.
Dock se estrujaba sin detenerse, librándose
del espeso polvo que a cantidades descomunales caía encima de ellos queriendo
sepultarlos. Era aterrador lo que estaba pasando porque también un sonido
macabro de fin del tiempo los envolvía, enfermándolos de pánico y espanto.
Dock era naturalmente experto en el manejo
de las tempestades y por eso sansón se sentía seguro al lado suyo. El animal no
se dejaba ahogar porque sus movimientos eran liberadores y también el joven se sacudía
para que el aluvión cayera a su lado quedando él totalmente inmune a la
tormenta.
El viento corría iracundo en la ilimitada
aridez. Eran ráfagas veloces arrastrando millones de partículas que oscurecían
el aire; daban miedo a cualquier viajero que pasase por el desierto en esos
momentos porque la muerte era casi inevitable.
El cielo se puso totalmente oscuro, casi
negro, tal era el furor de el, pero ni una gota de agua se desprendía de arriba……
como un castigo.
El camello continuaba sacudiéndose echado,
mientras Sansón cerraba los ojos y decía plegarias, haciendo un ovillo con el
cuerpo.
Eso duró dos horas. Fue un período de
angustia y gran temor. Las fuerzas de la naturaleza eran poderosas, terminantes.
De repente y como un encantamiento, el cielo
se puso limpio y transparente.
El viento cesó y el camello se puso de pie
en sus gruesas y peludas patas; olió otra vez el aire levantando su grande
cabeza al espacio e inclinándose en sus patas delanteras invitó a que Sansón se
subiera a sus costillas para seguir el viaje que todavía era largo.
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