Como si adivinara el afán que el muchacho
tenía de llegar al país filisteo, corrió largas horas sin detenerse hasta que a
la distancia y ya casi anocheciendo, vieron la ciudad con las torres blancas de
los templos muy iluminadas, las luces amarillas de las antorchas en las
atalayas que rodeaban la metrópoli lanzaban chispas y rayos de distintos
colores. Vieron también los edificios del gobierno donde se cocinaban las leyes
del país, muchas de ellas arbitrarias.
Aceleraron mas la caminata para que la noche no los cogiera en el camino.
En el término de cuarenta y cinco minutos llegaron a las afueras de la ciudad donde
crecían palmeras en abundancia y donde se veían cultivos de vid y rebaños de
ovejas que balaban buscando sus corrales para irse a descansar. Altos árboles
maderables por doquier semejaban gigantes paralíticos de mil brazos pidiendo
auxilio.
El pasto era abundante, igual que la maleza
desparramada e insistente en todo lugar. Una luna pálida y fría se levantaba
mas allá de las murallas entre el gris de un hondo espacio sin estrellas.
Algunos habitantes de la región por donde estaba
entrando Sansón, iban con cántaros a un
pozo grande y comunitario que los abastecía del agua para la noche y los
primeros oficios de la mañana. Conversaban entre ellos de las cosas que habían
pasado en la ciudad ese día, y de lo que les había sucedido a ellos mismos. Se
reían y hacían chanzas mientras lanzaban una vasija que estaba amarrada a un
lazo y que permanecía en el borde del pozo, con ella sacaban el agua que estaba
a unos quince metros de profundidad pero que era limpia y muy fresca. Llenaban
los cántaros y después de decirse mas bromas y reír, subían las vasijas al
hombro yéndose a sus casas con el ánimo alegre para disfrutar de un buen descanso
en esa noche.
Diecinueve años atrás, la madre de Sansón,
mientras sacaba agua del pozo al lado de la casa, había visto de repente en el
espacio frente a ella, la silueta medio transparente pero luminosa de un joven
de cabello largo y negro, ojos serenos y sonrisa perfecta que agitaba sin cesar
sus alas color crema para mantenerse suspendido en el aire.
La luz diáfana que lo rodeaba, iluminaba los
alrededores con fulgores tornasolados que hacían callar a los animales por la
intensidad, quedándose quietos donde estaban.
Mara escuchó al joven y volátil visitante
cuando le decía desde el aire:
“He aquí que tu eres estéril y nunca has
tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo.
Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni
comas cosa inmunda.
Pues he aquí que concebirás y darás a luz un
hijo; y navaja no pasará sobre su cabeza porque el niño será nazareo a Dios
desde su nacimiento, y el comenzará a salvar a Israel de mano de los
filisteos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario