“He aquí que tu eres estéril y nunca has
tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo.
Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni
comas cosa inmunda.
Pues he aquí que concebirás y darás a luz un
hijo; y navaja no pasará sobre su cabeza porque el niño será nazareo a Dios
desde su nacimiento, y el comenzará a salvar a Israel de mano de los
filisteos”.
Ella quedó asombrada por aquel mensaje tan
revelador. Perdió momentáneamente la voz por la sorpresa y lo inesperado del
suceso, pero en cambio una intensa alegría nació en su pecho porque siempre
había querido tener un hijo. Miró al joven fijamente varios segundos sin
acertar a decirle nada y el, finalmente desapareció en el aire como una llama
que se apaga de repente.
Dudó y dudó de todo. Corrió enfebrecida
desde el pozo hasta la cocina y de un lado al otro, muy nerviosa, entrando también
a las habitaciones en estado de gozo, de dicha inexplicable, totalmente
fascinada.
No sabía si decirle a su marido lo que le había
pasado o quedarse callada….. Así se estuvo desde las nueve de la mañana hasta
por la noche cuando se fueron a acostar. Ese día fue para ella bello,
encantador y contradictorio. No lograba definir ni dar explicación al acontecimiento
que la mantenía completamente exaltada por lo increíble que había sido.
De repente e incapaz de tener semejante
secreto para ella sola, le dijo a Manoa:
“Un varón de Dios vino a mi, cuyo aspecto
era como el aspecto de un ángel de Dios, temible en gran manera; y no le
pregunté de donde ni quien era, ni tampoco el me dijo su nombre”.
Y me dijo:
“He aquí que tu concebirás, y darás a luz un
hijo; por tanto, ahora no bebas vino, ni sidra, ni comas cosa inmunda, porque
éste niño será nazareo a Dios desde su nacimiento hasta el día de su muerte”. “Como,
que dices?” Le respondió su marido. “Era un ángel del cielo. Era transparente, bello
y luminoso como una estrella. Volaba sobre el pozo cuando yo sacaba el agua
para lavar los platos y la ropa que estaba tan sucia”, relataba Mara muy
nerviosa estrellando las palabras en su boca, y que al final caían desvanecidas
en el piso. “Verdad?”.
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