Los gallos habían dejado de cantar hacía
rato pero en cambio las cabras balaban por las calles, buscando las afueras y
los riscos donde brincaban, encontrando basuras, malezas, palos, cortezas y pasto
que las alimentaban bien.
Todavía en la habitación donde
habían descansado con sueño profundo, padres e hijo, ya levantados, sacaron los
paquetes de los morrales, poniéndolos encima de una mesa destartalada. Abrieron
uno que tenía comida, y sonriendo, desayunaron con pasteles y carne fría de sabor maduro. Recogieron
las hojas sobrantes para botarlas en otra parte, y se limpiaron
el cuerpo con trapos humedecidos en un pozo que había en el patio. Se arreglaron
las túnicas y los turbantes que no habían sido estrenados, procuraron quitarles
algunas manchas viejas que quedaron disimuladas, y finalmente la señora se
acomodó el velo asegurándolo en su frente con una diadema de piel de armiño, saliendo
así a la ciudad que los miró extrañada porque la vestimenta que tenían era completamente
Judía. Algo confusos apresuraron el paso, caminando sobre las piedras que
empezaban a calentarse de modo acelerado. Evitaron las cabras que corrían alegres
de un sitio a otro……. olían espantoso y dejaban el aire apestado............Saludaban
a la gente por las angostas calles y seguían sin parar.
Iban a la casa donde Sansón se había encontrado con Dunia días antes, y
donde habían dejado los camellos la tarde anterior, después del
viaje desde Israel. En media hora de caminata, estuvieron en las afueras. No era mucha la gente que transitaba por ahí, solo vecinos que
cargaban agua desde el pozo grande construido por el gobierno, y otros que
llevaban las cabras a donde hubiera mucha hierba y malezas para alimentarlas
mejor. No se demoraron en la caminata porque el joven Sansón estaba ansioso de
encontrarse con la muchacha “Necesito ver a Dunia”, decía.
Desde lejos contemplaron la casa a la que iban. Era grande, de paredes
blancas con plancha donde las señoras subían a pasar las tardes para mirar el
campo y para hablar de cosas, cuando ya iba anocheciendo. Allá sentían la
frescura del viento y descansaban los ojos y el cuerpo mirando a lo lejos.
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