jueves, 8 de julio de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 59 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


La diosa Inhimpitu y la princesa Millaray hablaban como viejas amigas. Eran bellas y parecían de la misma edad pero Inhimpitu tenía mas de dos mil años. Se les había acercado Yexalen que quería saber de que hablaban: "Nos iremos en el cóndor para que conozcas desde el aire las tierras donde vivimos. Podrás ver todo fácilmente, los ríos, los bosques, las lagunas. Te quedarás con nosotros un tiempo en las propiedades de mi amigo Cajamarca. Allá hay mucho oro, esmeraldas, animales, lagunas, todo es hermoso. Vamos a reunirnos muchos ahí mientras mi padre Ibagué y los Panches encuentran una tierra buena para vivir" le decía Millaray a la diosa Inhimpitu atraida por la aventura de volar en el cóndor y por vivir unos días en un pueblo extranjero.
Al ver que habían entrado Calarcá e Ibagué con el señor de la fuerza y del poder, se callaron mirándolos y escuchando: "Visitantes los invito a conocer la sala de los tesoros, las riquezas Pijao". El monstruo movió el moco en remolino respirando en un bramido. Caminó hasta el fondo de la caverna por un sendero de piedra entre rocas altas y piedras grandes "Es difícil cruzar por aquí" decía levantando las piernas enredadas en los recodos. Los visitantes venían detrás buscando estrechos y rocas bajas. La diosa Tulima caminaba al pie de Bachué interesada en conocer el recinto de los tesoros "He oido decir que las riquezas de los Pijaos no tienen comparación en Amerindia" decía Bachué saltando en una piedra. Se había resbalado tres veces sin llegar arriba. Bochica la agarró de las manos diciendo "No importan las dificultades con tal de conocer los portentos de un pueblo". El dios Takima de rostro de pájaro también le había dado la mano a Tulima que tenía gotitas de sudor encima de los labios y en las mejillas "Esto es un laberinto. No se encuentra la salida" murmuró Takima dando un salto alto.
En una curva cerrada encontraron una fuerte luminosidad. Los caciques Seraira y Moró no resistían el fulgor lo mismo que Nemequene y su capitán de ejércitos Tisquesusa.
Huenuman, Mohán, Madremonte y el joven Cajamarca eran los últimos de aquella caravana.
La sala de los tesoros era otra colosal caverna. Estaba tibia y deslumbraba como un sol. Rayos de colores salían de los rincones, de los huecos, de las bóvedas atravesando el aire. Cerros de oro como arena de una playa habían entre lomas de piedras preciosas, noche de estrellas. "Que maravilla" dijo Seraira. "Tantas coronas de oro y de diamante tiradas por ahí. Yo había oido decir que en éste nevado habían riquezas pero no imaginé que fueran tantas" exclamó Nemequene sintiendo en las manos los tesoros. El dios Takima de rostro de pájaro tenía los ojos muy abiertos y estaba mudo. Se repuso por fin exclamando "Ooooooohhhh" y volvió a quedarse mudo.
Miles de pectorales se enredaban como anzuelos. Tobilleras sin medida en una y otra parte "Los Pijaos deben estar orgullosos de esta maravilla" dijo Tisquesusa midiéndose un pectoral.

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