miércoles, 29 de diciembre de 2010

EL PAIS DE LA NIEVE 137 (La desconocida y fantástica historia del pueblo Pijao)


Levantaban los brazos largamente, inclinándose besando la tierra, para volver a levantarse y correr alrededor de la piedra gritando oraciones de alabanza "Gracias divinos dioses, ahora seremos poderosos bebiendo la sangre y comiendo la carne de nuestros enemigos". Sonaban flautas, tamboras, cuernos mientras otros indios buscaban troncos, ramas, palos, cáscaras y hojas, formando tres montones a los que prendieron candela con las antorchas que llevaban y que usaban tambien para agradecer a sus dioses los favores, a traves del fuego.
Esas hogueras desprendían largas columnas de humo negro y miles de chispas amarillas que se elevaban desapareciendo en el espacio. Cada una cogió el color del fuego entre las danzas de los hombres que ahora subían a la piedra levantando los cuchillos al cielo agradeciéndole a los dioses su benevolencia "Bendecid este rito alabados dioses. Hacednos fuertes y poderosos y que ningún enemigo nos haga mal" decía un sacerdote, mientras otro gritaba "Estos invasores han querido conocer nuestras costumbres para sacarnos de nuestras tierras. deben recibir el castigo de los dioses y el castigo de nosotros también. Serán nuestro alimento y nuestra fuerza" y metían los cuchillos en la carne desprendiéndoles los brazos, las piernas, la cabeza que arrojaban a los de las fogatas. Ellos a su vez los metían entre los carbones incandescentes para asarlos. El cacique Tucurumby recibió uno de los corazones, lo mismo que su mujer y el brujo de la tribu. Con ellos en la mano subieron a la piedra donde la tribu los rodeó danzando y cantando, golpeando el suelo con los palos de sus lanzas. Ahí los ofrecían a los dioses "Gracias dioses de las guerras por ser nuestros benefactores. Comiéndonos estos corazones ningún enemigo nos vencerá. Seremos poderosos por siempre" y se inclinaban desgarrando los corazones con los dientes, untándose la cara, el pecho, los brazos y las piernas con la sangre que caía chorreándose encima de la piedra, mientras el aroma de la carne asada subía al espacio provocando a los hombres, a las mujeres, a los niños y a las aves de rapiña que volaban en círculo esperando el momento de bajar. Los pulmones, los riñones y los hígados se los dieron a las jovencitas para que conservaran su juventud y su belleza, y ellas felices, mordían los órganos, ansiosas y eróticas danzando sensuales cerca a Tucurumby. Su voluptuosidad lo provocaba tanto, que al rato las llevaba al rio donde les daba la bendición rompiéndoles la virginidad en impulsos incontrolados.

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