jueves, 11 de agosto de 2011

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 20 (La desconocida y fantástica historia de los pueblos indígenas de columbus)



Se fueron, perdiéndose prontamente entre las bajas nubes, mientras Bachué y su hijo Iguaque entraban al bohio porque todavía querían dormir otro rato.

Realmente la laguna de Guatavita no estaba lejos. En menos de una hora estuvieron encima de ella, sobre el agua fría cubierta de neblina. Dieron vueltas por los alrededores, viendo como llegaba una multitud contenta entre gritos y silbidos, detrás de varios indios que llevaban en hombros un trono de madera recubierto de oro y con muchas incrustaciones de piedras preciosas. Cargaban a un hombre, vestido casi todo de oro y también con muchas piedras preciosas en la corona que llevaba, en su cetro del poder, lo mismo que en su pectoral, en sus pulseras, en sus tobilleras. . . y al que nadie se atrevía a mirar de frente porque si lo hacían eran sometidos a crueles torturas y a la muerte. Era el zipa Meiquechuca, el mismo que había sorprendido, junto con el cacique Guatavita, a la mujer de éste, haciendo el amor con un guerrero en el tronco de un árbol, en el bosque. "La tiene recostada en el tallo y no la suelta. Ese hombre parece un león y le hace lo que quiere" le dijo Meiquechuca a Guatavita mirando excitado la escena a través de la maleza. "Es muy bella su mujer, tiene un cuerpo de diosa y se deja hacer todo sin chistar" añadió Meiquechuca espiando con gran interés el adulterio. La mujer gemía y el guerrero le tapaba la boca para que sus gritos no fueran oidos en la selva. "Ese maldito guerrero se morirá hoy mismo" anunció Guatavita terriblemente enfurecido, queriendo ir a sorprenderlos, pero Meiquechuca le dijo "Espere cacique, ellos tienen que pasar por aquí y se darán cuenta que todo lo hemos visto. Después podrá hacer lo que quiera". Entonces Guatavita dijo "Espéreme un momento zipa Meiquechuca. Voy a traer otro guerrero para que mate al amante de mi mujer".

Y sin hacer ruido voló como una flecha entre la selva trayendo en poco tiempo a otro guerrero que estaba armado con una cerbatana de dardos envenenados, flechas, un lazo de maguey, y un cuchillo de piedra muy filoso. El cacique miraba estremecido de celos la entrega de su mujer, sus juegos bestiales, hasta que por fin terminaron agotados y sudorosos la faena, sentándose un rato en la maleza, totalmente tranquilos.

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