miércoles, 24 de agosto de 2011

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 24



Estando así de reluciente con los rayos del sol que lo ponían semejante a un dios, se alistó para lanzarse otra vez, ofreciendo a la diosa Chie el oro que llevaba pegado en su cuerpo. "Perdóname esposa, estabas cansada conmigo por mis borracheras y me fuiste infiel por eso. ahora que estas en el fondo del agua te rindo tributo con las riquezas de la tribu para que las des a los dioses. No nos olvides Chie. No nos abandones" decía Guatavita mirando las ondas estrellarse en las orillas.

De nuevo se arrojó al agua demorándose en el fondo, pretendiendo ver a la diosa, invisible para el. Salió otra vez junto a la balsa a donde se subió de un salto, para hundir su mano en otra olla de barro llena de esmeraldas, diamantes y otras piedras preciosas que iba lanzando al agua una a una, entre oraciones y plegarias. Así su pueblo sería bendecido por los dioses.

al terminar remó a la orilla, donde se bajó dándole paso al Zipa que también haría su ofrenda.

Millaray y Cajamarca se habían confundido en la multitud mirando la fiesta. "Así como ha hecho el cacique también haremos nosotros para que Chie nos bendiga y nos vaya bien en la búsqueda de la montaña brillante" dijo Millaray al oido de Cajamarca. "Si eso mismo haremos, pero pongamos cuidado a ver que mas hacen".

En las hogueras echaban plantas resinosas de aromas penetrantes que flotaban en el aire. Era como una nube de incienso de fuerte fragancia, entre el resonar de cuernos y flautas como trompetas, y entre cánticos sagrados de los sacerdotes, de las mujeres y del pueblo entero.

Entonces el Zipa Meiquechuca se bajó del trono, ungiendo el mismo su cuerpo con un aceite vegetal extraido de plantas sagradas. Luego caminó hasta un lecho cubierto con una gruesa capa de polvos de oro donde se acostó revolcándose varias veces quedando su cuerpo totalmente cubierto de oro. Al levantarse parecía una viva estatua de oro refulgiendo a la luz del sol.

Mientras el Zipa hacía eso, el pueblo se volteaba de espaldas a la laguna para no verlo, porque era grave pecado que los ojos humanos se posaran sobre la figura del dorado monarca.

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