sábado, 27 de agosto de 2011

EL PAIS DE LA NIEVE Y LA MONTAÑA BRILLANTE 25





Mientras el Zipa hacía eso, el pueblo se volteaba de espaldas a la laguna para no verlo, porque era grave pecado que los ojos humanos se posaran en la figura del dorado monarca.

Ahí el principe se acercó a las aguas, subiéndose a la balsa de donde se había bajado el cacique Guatavita hacía poco y donde los sacerdotes y los brujos habían puesto anillos, pulseras, pectorales, tobilleras, coronas y hasta flechas de oro además de esmeraldas y otras piedras preciosas desconocidas para que con todo ello rindiera culto a la diosa de la laguna Chie, su nueva protectora.

Remó lento y suave hasta el centro de la laguna donde se quedó quieto un momento, estableciendo comunicación con los poderes superiores, empezando luego a arrojar una a una las ofrendas de oro y las piedras preciosas envueltas en plegarias para que cayeran al fondo del agua.

Mientras tanto las gentes que estaban en las riberas con las espaldas vueltas a la laguna, arrojaban también hácia atrás sus ofrendas de oro y las piedras preciosas entre sus cánticos y oraciones con el fin de que la diosa les escuchara sus pedidos.

Cuando los ricos objetos fueron arrojados totalmente al lago, el Zipa saltó elástico desde la balsa, sumergiéndose en las aguas dejando en la superficie inquieta el polvo de oro que le cubría el cuerpo. Nadaba semejante a los grandes peces y así volvió a la balsa acomodándose y remando hasta la ribera donde se bajó, quedando en el lago una mancha amarilla que hacía brillar las ondas como si fueran de oro fundido.

Entre tanto las hogueras ardían crepitantes mandando al cielo las llamas retorcidas que iban a perderse misteriosas en el viento entre chispas de colores. El humo perfumado como nube de incienso tapaba la luz del sol, y los ecos multiplicados y confusos resonaban encima del agua y en las colinas. El estruendo de los cánticos, de los cuernos, de los tambores, de las flautas, de los gritos era inolvidable. Todos llevarían en su mente la gloria de esos sacrificios que los ponían en armonía con las estrellas y con el universo total.

Terminada la ceremonia, el rey y los vasallos se entregaron a la alegría y a la bebida fermentada de maíz. La chicha que corría entonces a torrentes entre el pueblo que gritaba bailando, saltando y riéndose estruendosos.



























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