lunes, 14 de abril de 2014

UN CABALLO SALVAJE (del libro "EL HOMBRE QUE APRENDIÓ A MIRARSE POR DENTRO" de Carlos Julio Dávila Forero.




Un caballo
salvaje


Ese potro salvaje es primitivo y poderoso, como los hijos de los caballos que no conocen al hombre.
Echa espuma verde por la boca y chispas azules por los ojos cuando corre enfebrecido desafiando el viento.
Los ojos se le salen por tanta furia que hay dentro de su pecho resollante.
Suda ríos salados deslizándose en su piel cayendo a tierra, mojándola en soberbia, en ira codiciosa. Las venas le  palpitan estremecidas por un deseo loco que lo acosa delirante y que el mismo desconoce.
 Resopla rebelde, asfixiado, y su corazón se lanza volcánico y salvaje por los abismos del mundo, buscando raras y fuertes sensaciones que lo hagan sentir por encima de los otros corceles.
Corre el potro por el borde de los precipicios mas peligrosos. Atraviesa ríos de tempestades y rayos homicidas, que lo llaman con alucinante delirio.

Cae entonces.
Rueda inconciente sobre las piedras, por encima de la tierra, del agua y de la arena. Su cuerpo se estrella en mas piedras y rocas, choca contra los troncos detenidos y contra los árboles que lo hieren feamente, dejándolo casi agonizante hasta llegar abajo, al fondo, reventado, terriblemente adolorido mientras la sangre chorrea imparable y silenciosa.
Pero raramente, el potro no se ha desvanecido.
Ese incontrolable potrillo lanza furibundos y agónicos quejidos, gruesas lágrimas que le salen involuntariamente, corren calientes a lo largo de su cara hasta sus hollares; luego se hunden en la arena perdiéndose para siempre en la oscuridad honda.

Queda tendido allí sin que nadie se de cuenta.
Pasan dos días y dos noches.
Abre los ojos sin aliento, siente un hambre brutal y dándose mañas come de las yerbas cercanas. Están amargas pero eso no importa ahora, lo interesante es recuperar la vida.

Una sed horrible le pega la lengua al paladar haciéndole sentir candela por dentro. Se está chamuscando, está ardiendo y nadie lo sabe. Solo el. Concentra las fuerzas que le quedan, para arrastrarse hasta un charco cubierto de lama que ha logrado ver desde donde está.
Llegar allá es un acto heroico, casi imposible en el estado  en que se encuentra, pero lo logra. Mete la boca en el agua detenida, agua de alimañas, de bichos venenosos y bebe y bebe sin parar.
“ He encontrado el cielo, que agua tan maravillosa”, piensa, y se deja caer en el borde del fétido pantano llorando incontenible. Son lágrimas saladas y ardientes las suyas, en medio del silencio en el hondo precipicio.
Una culpa lo quema y lo debilita. El sueño le llega otra vez, lo envuelve persistente y lo protege también, porque ese cataclismo que ha vivido, ha de volverlo inteligente.

Ahora, después de varios días en los que ha dormido mucho, siente revolcado, muy quemado y adolorido el pecho. Intensos sentimientos que no comprende, lo atraviesan agrietándolo, demoronándolo, casi destruyéndolo  y en esas condiciones se va lento al potrero meditando en su locura.

Sabe que debe ponerle riendas a su corazón cuando quiera desbocarse en los abismos, debajo de los rayos y en los bordes de los mares.

Ahora ese potro está trabajando dentro de el mismo.
Está creando oportunidades de vida y alegría, entre una paz que pide a gritos encontrar.


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