Un caballo
salvaje
Ese potro salvaje es primitivo y poderoso, como los hijos de los caballos
que no conocen al hombre.
Echa espuma verde por la boca y chispas azules por los ojos cuando corre
enfebrecido desafiando el viento.
Los ojos se le salen por tanta furia que hay dentro de su pecho
resollante.
Suda ríos salados deslizándose en su piel cayendo a tierra, mojándola en
soberbia, en ira codiciosa. Las venas le palpitan estremecidas por un deseo loco que lo
acosa delirante y que el mismo desconoce.
Resopla rebelde, asfixiado, y su
corazón se lanza volcánico y salvaje por los abismos del mundo, buscando raras
y fuertes sensaciones que lo hagan sentir por encima de los otros corceles.
Corre el potro por el borde de los precipicios mas peligrosos. Atraviesa
ríos de tempestades y rayos homicidas, que lo llaman con alucinante delirio.
Cae entonces.
Rueda inconciente sobre las piedras, por encima de la tierra, del agua y
de la arena. Su cuerpo se estrella en mas piedras y rocas, choca contra los
troncos detenidos y contra los árboles que lo hieren feamente, dejándolo casi
agonizante hasta llegar abajo, al fondo, reventado, terriblemente adolorido
mientras la sangre chorrea imparable y silenciosa.
Pero raramente, el potro no se ha desvanecido.
Ese incontrolable potrillo lanza furibundos y agónicos quejidos, gruesas
lágrimas que le salen involuntariamente, corren calientes a lo largo de su cara
hasta sus hollares; luego se hunden en la arena perdiéndose para siempre en la oscuridad
honda.
Queda tendido allí sin que nadie se de cuenta.
Pasan dos días y dos noches.
Abre los ojos sin aliento, siente un hambre brutal y dándose mañas come de
las yerbas cercanas. Están amargas pero eso no importa ahora, lo interesante es
recuperar la vida.
Una sed horrible le pega la lengua al paladar haciéndole sentir candela
por dentro. Se está chamuscando, está ardiendo y nadie lo sabe. Solo el.
Concentra las fuerzas que le quedan, para arrastrarse hasta un charco cubierto
de lama que ha logrado ver desde donde está.
Llegar allá es un acto heroico, casi imposible en el estado en que se encuentra, pero lo logra. Mete la
boca en el agua detenida, agua de alimañas, de bichos venenosos y bebe y bebe
sin parar.
“ He encontrado el cielo, que agua tan maravillosa”, piensa, y se deja
caer en el borde del fétido pantano llorando incontenible. Son lágrimas saladas
y ardientes las suyas, en medio del silencio en el hondo precipicio.
Una culpa lo quema y lo debilita. El sueño le llega otra vez, lo envuelve
persistente y lo protege también, porque ese cataclismo que ha vivido, ha de
volverlo inteligente.
Ahora, después de varios días en los que ha dormido mucho, siente
revolcado, muy quemado y adolorido el pecho. Intensos sentimientos que no
comprende, lo atraviesan agrietándolo, demoronándolo, casi destruyéndolo y en esas condiciones se va lento al potrero
meditando en su locura.
Sabe que debe ponerle riendas a su corazón cuando quiera desbocarse en
los abismos, debajo de los rayos y en los bordes de los mares.
Ahora ese potro está trabajando dentro de el mismo.
Está creando oportunidades de vida y alegría, entre una paz que pide a
gritos encontrar.
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