Llegó a la elevada montaña cantando, silbando y gritando. Su carro aéreo se deslizó suave
encima de la nieve, deteniéndose frente a un bloque de hielo que reflejaba
blanda y muy blanca la luz del dia
Se desmontó un poco mas arriba de donde vivía
el cóndor. Quería llegar sorpresivamente hasta donde el estaba, para dejarlo
pasmado con su presencia.
Cansado del viaje que había hecho desde tan
lejos, le apagó la batería a la nave y la cerró, ajustando la ventanilla para
que no se llenara de nieve. Caminó resbalándose mucho desde la punta de la
montaña hasta doscientos metros mas abajo, sobre un hielo transparente y extremadamente
frío, donde quedaba la escondida vivienda de su amigo y que el conocía desde
hacía mucho tiempo.
En siete minutos que duró el descenso, vio desde
mas arriba el inmenso nido de su amigo escondido entre las rocas y libre del
hielo. Se acercó lento y
curioso a la peñascosa boca, quedándose quieto un momento, observando por fin como
dormía el cóndor de profundo en el rincón mas hondo de su cueva.
Entonces
aprovechó el tiempo antes de que su amigo se despertara.
Respiró
hondo llenando los pulmones y el cerebro de aire nuevo, giró la cabeza y el
tronco de derecha a izquierda muchas veces, organizando los músculos, los
nervios y tendones. Los huesos que le crujieronn sonoramente entre el ruido del
viento. Levantó los muslos hasta el pecho una y otra vez, evitando los
calambres, poniéndole ritmo a su respiración.
Inclinó la cabeza hasta sus pies,
doblando mucho la cintura dos minutos.
Levantó
la vista hasta lo hondo, miró fijo el occidente limpio y transparente, quedándose embelesado frente al hielo
blanquecino y brillante, y algunas nubes entre azules y amarillas que besaban
la mole en los picos altos y brillantes.
Las canciones que inesperadamente entonó,
junto con sus gritos alegres, algo enloquecidos, asustaron finalmente al buitre
en su pesado sueño.
El ave se despertó asustada, con las sienes
palpitándole muy rápido, los ojos rojos, la respiración agitada y con los
músculos listos cualquiera que fuera la situación. Por eso se paró de un salto
encima del nido, parpadeando veloz,
acostumbrando los ojos al viento frío y
a la neblina que en todas partes mantenía, como una compañera fiel, muy
pegajosa. “expulsaré al intruso que haya por ahí, por haberme interrumpido la
tranquilidad, y mi sueño que son tan sagrados cuando descanso” pensó enfadado.
Caminó desde el fondo, hasta la boca de la cueva, mirando a todos lados
con atención, abriendo mucho los ojos sin dejar escapar ni un detalle. Estiró mas
la cabeza para atisbar detenidamente entre las rocas cercanas, descubriendo por
fin al viejo, que estaba sentado en una piedra grande cubierta de escarcha. El
visitante se reia travieso, con la cabeza agachada y una picardía sospechosa. El
poco pero largo cabello que tenía muy revuelto, se le caía en mechones
blancuzcos tapándole la cara, que por momentos el descubría tirando el pelo
hacia atrás.
Halagado por la imperial visita que ya había reconocido, cóndor bajó
nervioso del nido, dando un salto largo para salir cuanto antes de la boca
cavernosa que lo guardaba del frío, la neblina y la nieve tan persistente allí.
Corrió junto a su amigo con las alas abiertas y los ojos brillantes, mientras
el viejo se ponía de pie para saludarlo, estirando los brazos.
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