Se entretuvieron mucho
con una tortuga voladora alrededor de ellos, mientras cantaba canciones negras
y silbaba de un modo tan inexplicable, que la selva callaba para escucharla.
A las once de la mañana volvieron al rancho donde encontraron al sabio
preparándoles otro plato.”Qué delicia”, le decían arrimándose a la hornilla,
mirando al hombre contento con las pequeñas cosas. “Quiero que recuerden su
visita aquí, eso me dará alegría. Su juventud alegra el tiempo y los sitios por
donde pasan”
Después de veinte minutos, los invitó a sentarse en el tronco del patio
mientras les servía. Ellos se pusieron de pié para recibirle y caminando otra
vez hasta el tronco devoraron todo con gusto. Veían que en aquellos alimentos
había algo mas que una atención. En los platos y en la comida vieron el afecto,
y mucha dignidad y respeto.
Hablaron del viaje en el globo y de lo bueno que era andar medio
perdido en las nubes. No tener rumbo fijo, solo dejarse llevar, confiando en que
sus deseos se cumplieran en complicidad con las fuerzas del universo Lo
inflarían, subirían, se elevarían, yéndose por el cielo igual que nubes
caprichosas.
Se pararon del tronco. Fueron a la orilla del río donde lavaron los
platos, mirando cómo los peces en cardumen esperaban las sobras que se
multiplicaron mágicas porque el sabio llegó con una olla llena de arroz que
vertía lento en las aguas, haciendo una revolución acuatica que los jóvenes no
olvidarían.
Cogieron de la mano al sabio diciéndole “Ahora camine nos ayuda a
inflar el globo”.
Era una tarea dura para el sentir del hombre, pero sin decir nada, se
fue a un rincón de la habitación cogiendo trapos, camisas y pantalones viejos a
los que untó con la savia de un árbol gigantesco, y que servía de combustible. Después
de amarrarla fuertemente con alambres gruesos, sería la antorcha que calentaría
rápido el aire de la esfera.
Consiguió también una sopladora fabricada con hojas de palmeras, y metiéndose
debajo de la boca de la arrugada bola, aseguró la antorcha con varillas
metálicas que encontró enredadas en un cerco de guadua. Luego prendiéndola con
un tisón traído de la cocina al que sopló muchas veces, hizo fuego hasta que el
aire caliente preso en la inmensa bola, empezó a tirar con fuerza descomunal. Entonces
dijo a sus visitantes “Ya está listo su globo, pueden subirse a la canastilla”.
Entre gritos y carreras Fresno y Coyaima se encaramaron en la canasta
mientras el sabio entró a la choza sacando un costalado de cocos, mangos y
otras frutas que llevó en el hombro
y puso en la canasta de la esfera, mientras
los jovencitos lo miraban en sus movimientos.
Ese solitario los hizo callar.
Se estiraron abrazándolo quedándose así largo rato. “Volveremos,
volveremos a visitarlo decían los jóvenes. “Los esperaré, siempre los esperaré”.
El sabio se agachó buscando el lazo sujetador el globo. Buscó el nudo
que soltó lento, después de muchas peripecias, porque estaba muy apretado.
En ese momento la nave se fue elevando entre las palmeras, despacio en
el espacio azul que tenía nubes blancas al oriente y líneas rojizas en perfil.
Ellos se despedían desde arriba estirándose, gritando y moviendo mucho
los brazos " Adiós
sabio, adiós sabio gracias por todo lo que hizo por nosotros. No olvidaremos
nunca su atención".
Y el sabio gritó con toda la fuerza “Adiós
jóvenes, que el cielo los proteja siempre. Que les vaya bien en todos los
sitios por donde pasen.
Y así, los gritos eran menos cada vez, hasta que la gran esfera se
perdió en el horizonte azul, convertido en un punto que se hizo invisible, muy
lejos de donde el sabio había quedado.
El hombre sintió un dolorcito en el pecho, se sentó en su silla grasosa
y concentrándose en una lucecita blanca que veía al frente, en medio de sus ojos, le rogó a la naturaleza,
al universo completo, que cuidara de los muchachos por todas partes que fueran
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