domingo, 31 de agosto de 2014

UN CONDOR GENIAL 15 (La fascinante historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en los Andes Colombianos)



Se despertaron a las dos horas cuando ya empezaba a oscurecer, y como no vieron al hombre, se asomaron a la puerta de la choza viéndolo meditar profundo en su sillón grasoso.
Ahí pasó tres horas con los ojos cerrados y las facciones serenas. Movía los labios suave, porque hablaba en secreto con los habitantes del cielo que veía a su lado con brillantes espadas de luz en las manos.
Entonces supieron que debían dejarlo en paz.
Se retiraron callados entre la penumbra, hasta que el hombre salió despacio y como poseído por una fuerza extraña, a la puerta a las diez de la noche “No se queden afuera porque es peligroso, puede llegar una culebra o un alacrán y los pica”.
Entraron.
El sabio buscó en un rincón una vieja y gruesa lona, y ubicándose al lado del catre en el que dormía, la  tendió en el piso diciéndoles “No puedo ofrecerles mas para que estén tranquilos ésta noche, pero lo importante es que se sientan seguros y puedan descansar”.
Ellos se recostaron sin hablar, mientras una débil llama del fogón los alumbraba.
El hombre les decía desde donde estaba “En poco tiempo encontrarán un tesoro en un país lejano. Tendrán un buen viaje de magia y encanto”. “Encontraremos un tesoro?” “Si, he visto eso mientras meditaba, no hay equivocación. Iban volando en las espaldas de un cóndor gigante, buscando un sitio al que tendrán que llegar”. “Un cóndor?. No puede ser. No existen cóndores gigantes”. “ En la vida todo es posible” les respondió el hombre solitario. “Además no deben afanarse por las cosas que les pasarán. La naturaleza hace las cosas con lentitud e inteligencia y si eso que les digo, tiene que pasar, de todos modos así será. Solo mantengan  alegre el corazón para que no les sucedan cosas malas. Recuéstense y duerman que mañana seguirán su viaje, el globo los espera”.
La noche ya estaba llena de música de chicharras, de gritos de monos insomnes, de cantos de pájaros noctámbulos y de esa algarabía misteriosa y profunda de las tierras que todavía son vírgenes. El agua corriendo entre las piedras, decía secretos de raíces y moluscos mientras corría en un paseo que terminaría en el mar.
Los visitantes soñaron con el mar y con los caballitos galopando en las olas. Iban relinchando encima de las crestas, para bajar a los corales y pasear tranquilos mientras después de horas, el sol entraba hasta el fondo, despertándolos de sus juegos y charlas secretas. 
Fresno y Coyaima soñaron también con millones de cangrejos dorados paseando por la playa como multitud de hojas secas caídas de los árboles y empujadas por el viento encima de la arena. Los cogían mirándoles las tenazas donde les metían palitos y ramas para ver que hacían, dejándolos finalmente en la arena mojada. Caminaban de medio lado o para atrás, abriendo mucho sus ojos, desconfiados e impotentes.
El día llegó ruidoso.
Las tierras Chocoanas eran una fiesta de luces, gritos y sonidos desconocidos. Se deleitaba la vida allí estallando en centenares de colores y formas. Eso invitaba a que los jovencitos corrieran gritando, cantando y encaramándose a los árboles mientras el sabio les preparaba el desayuno con frutos del árbol del pan y arroz con camarones.  
Estuvieron vagando entre los árboles y el agua mucho rato.

Miraron los grandes cucarrones dorados de cachos blancos y antenas receptoras de rayos, con ojos en las puntas.  Vieron los pájaros de dieciséis alas, y mil colores que les iban cambiando en el plumaje semejante a un arco iris en movimiento. Conocieron los gusanos peludos de dos metros de altura, de cinco mil cuatrocientas patas y veinticinco metros de largo con bocas muy grandes parecidas a labios de mujer. Los ojos causaban pavor y sacaban corriendo a cualquiera porque echaban chispas capaces de derretir a cualquier mortal. Se entretuvieron mucho con una tortuga voladora alrededor de ellos, mientras cantaba canciones negras y silbaba de un modo tan inexplicable, que la selva callaba para escucharla. 


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