lunes, 25 de agosto de 2014

UN CONDOR GENIAL 14 (La fascinante historia de uno de los últimos cóndores que nos quedan en loa Andes Colombianos)




Vieron una silla de madera roída por los gorgojos, con los cojines grasosos y los forros rotos. El hombre se dio cuenta y explicó “Ahí me siento a reflexionar por las mañanas y por las noches a la luz de una antorcha. Todo lo que tengo es muy sencillo, así ha sido toda mi vida, pero vivo tranquilo”.
Algunos cocos grandes que estaban encima a un lado de la hornilla, les llamaron la atención. Dijeron “Nos regala uno?” “Claro y no solo uno, todos los que se puedan comer”.
Agarraron tres y salieron al patio. Con un palo al que le sacaron punta con un viejo cuchillo, les  perforaron los ojos y se tomaron el agua, luego los partieron poniéndolos sobre una piedra y dándoles con otra. Pedazo a pedazo masticaron la  pulpa mientras en la hornilla el alimento del mar hervía furioso por tanta candela abrazando la olla.     
El hombre, muy callado, lavó con un trapo dos platos esmaltados; eran viejos y descascarados pero los dejó limpios.
Con un cucharón de madera rebulló la deliciosa sopa varias veces, sirviendo luego en los platos los caballitos de mar y los cangrejos dorados que tenían buen aroma, invitando involuntariamente a los animales hambrientos que estuvieran por allí. Llamó a los muchachos a un lado del patio donde había un largo y grueso tronco diciéndoles “siéntense aquí. Estarán cómodos”.
Se acomodaron recibiéndole los platos, recostándolos en el pecho y sosteniéndolos con las manos porque estaban calientes, comieron despacio y como el hombre notó que querían mas, les preguntó “Quieren mas?”, “Uy si está muy rico”.
Sonrió recibiéndoles los platos. Entró al rancho y sin demorarse volvió con mas sopa.  Fresno y Coyaima devoraron la crema y los cangrejos chupándose los labios y entrecerrando los ojos. Entonces  se recostaron  en el pasto a un lado de la choza quedándose ligeramente dormidos debajo de las sombras de las altas palmeras.
La tarde pasó tranquila entre el sonido de las hojas del bosque y el juego del agua en las raíces del mangle. Un poco mas allá, el ruido musical del río se mezclaba  con los gritos de los pájaros guacama y los sapos buey.
Se despertaron a las dos horas cuando ya empezaba a oscurecer, y como no vieron al hombre, se asomaron a la puerta de la choza viéndolo meditar profundo en su sillón grasoso.
Ahí pasó tres horas con los ojos cerrados y las facciones serenas. Movía los labios suavemente quizás porque hablaba en secreto con los habitantes del cielo que veía a su lado con fulgurantes espadas de luz en las manos.



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