El hombre sintió un dolorcito en el pecho, se sentó en su silla grasosa
y concentrándose en una lucecita blanca que veía al frente, en medio de sus ojos, le rogó a la naturaleza,
al universo completo, que cuidara de los muchachos por todas partes que fueran.
………………………………………Cóndor, tranquilo porque los jovencitos ya habían
recuperado su color y porque respiraban bien en el calor de su cueva, se quedó
quieto esperando a que se levantaran naturalmente.
El sueño fue de dos horas hasta que abrieron los ojos; se estiraron
largo y bostezaron mirando a los
rincones y a todo lugar. Recorrieron con la mirada la boca rocosa viendo que a
su lado había un ave inmensa, desconocida, de apariencia muy salvaje que quizás
pudiera hacerles daño. Entonces el pánico les llegó, poniéndolos temblorosos y
mudos. Se cogieron de la mano poniéndose de pié, buscando un sitio protector,
queriendo también huir por debajo del ave pero cóndor extendió un ala,
diciéndoles “Su globo en que venían, se estrelló hace poco y quedó destruido en
los peñascos de la montaña que se ve allá, al frente. Yo volé a esas rocas para
ver lo que había pasado y dándome cuenta que ustedes se habían rodado en una
zanja muy honda donde se morirían de frío, los saqué y los traje a mi nido para
salvarlos de una muerte segura.
No tengan miedo, lo único que quiero es ayudarlos”.
Lo miraban sospechosos, Fresno le preguntó “Y usted quien es?”. “Soy el
cóndor de la montaña del ruíz, soy también el jefe de las cordilleras y las
aves de ésta región.
“De verdad?
. . .y usted nos trajo en sus garras?”. “Si, claro. No había otro modo
de hacerlo. . . .Para salvarlos”. “Y no nos dimos cuenta. . .”
Se miraron fijo entonces, comprendiendo que otra aventura desconocida
pero de seguro atractiva, comenzaba.
El ave recogió el ala que tapaba la entrada de la cueva, y los
adolescentes, algo confiados, caminaron en el nido mirando las paredes secas, a
pesar de la nieve y el hielo que la rodeaban. Vieron también la hoguera
prendida en un rincón. Ella les daba calor y abrigo.
Se asomaron a la boca cavernosa, sintiendo el viento frío y agujas de
hielo caídas de muy alto, y que parecía
herirles la carne. Bajaron los tres escalones de hielo quedando a merced del
cielo oscuro, del sonido del viento chiflador entre las grietas, de las nubes
veloces y cambiantes por el viento que inventaba con ellas nuevas figuras al
capricho de su fuerza, y del desierto de hielo barrido fuertemente por el viento.
Cóndor salió tras ellos porque se había prometido cuidarlos.
Los muchachos se admiraron al ver tan descomunal pájaro que ni siquiera
habían llegado a imaginar, volviendo a sentir miedo y huida. Como el buitre se
dio cuenta de eso, les dijo “Pueden estar tranquilos jovencitos, que aquí no
les pasará nada, al contrario yo los protegeré hasta que puedan volver a sus casas”.
Otra vez lo miraron temerosos pero se atrevieron a preguntarle “Y donde están los restos del globo?”. “A
cinco kilómetros de aquí, donde ustedes cayeron por la fuerte tormenta que los
estrelló contra las rocas” . Ese globo está inservible; la canasta se aplastó
en medio de un abismo y la esfera también quedó destruida, pero tranquilos ya
veremos como se van de aquí.
Entraron otra vez al nido porque el frío era congelante afuera, se
sentaron junto a la fogata para calentarse. El cóndor les preguntó “Desde dónde
venían en ese globo?” “Venimos de la
ciudad del ruido” contestó Coyaima. “La ciudad del ruido?” “Si, la que queda en
el valle del humo, al otro lado de la montañas transparentes en el país del
cansancio y el sueño. De allá hasta aquí es mucho tiempo en globo”. “Volamos sobre
el desierto Africano dos días, quemándonos con el sol de allá, haciéndonos
amigos de los elefantes, de los rinocerontes y de las tribus que nos gritaban
para que bajáramos a visitarlos. Despues navegamos tocando el mar, que quería
venirse detrás de nosotros. Conocimos las ballenas doradas que salían a
saludarnos, y a los feroces tiburones que querían tragarnos de un solo
tarascazo hasta que aterrizamos en el imperio del Chocó. Un país mágico. Allá,
un sabio de piel negra nos atendió bien y nos dijo cosas buenas para la vida.
Después volvimos a elevarnos hasta estrellarnos en las rocas de la
montaña desde donde usted nos ha traído, cóndor”.
“Ha sido toda una aventura”, murmuró el buitre, estirándo la otra ala.
“Si, pero a nosotros nos gusta hacer cosas locas”, dijo Coyaima. Queremos
conocer el mundo y todo lo que tiene. “Claro, eso es así, viajar le enseña a
uno muchas cosas y le despierta la inteligencia, se vuelve uno recursivo”.
Los jovencitos ya se sentían confiados; se tendieron tranquilos en el
grueso colchón de plumas y ramas mientras el ave decía “A mi me gusta conocer
el mundo y vivir en las alturas pero no voy a las ciudades porque corro mucho peligro”.
“Por qué? Le preguntó Fresno. “Porque los hombres no me perdonarían la vida, mi
vista les despertaría malos instintos y me matarían”. “Eso es cierto” contestó Coyaima,
tocándole algunas plumas al ave.
No hablaron mas, se quedaron callados largo rato, hasta que el cóndor
les dijo los nombres de las montañas vecinas “Esta es la montaña brillante del
Ruiz, la mas bella de estos lugares. Mas allá hay otras montañas brillantes como
la del Huila, la del Tolima, la de Santa Isabel que visito seguido para mirar
lo que pasa allá y tratar de controlar
algunas cosas.
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