martes, 25 de julio de 2017

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR 6




Miró cuando Sansón salía del corredor hacia la cocina, luego hasta un prado donde le gustaba echarse a descansar y dio gracias a la naturaleza por tenerlo.
Manoa se tendió encima de una estera al otro lado del corredor acomodando algunos cojines para recostar la cabeza. Cerró los ojos poniendo las manos entrecruzadas en el estómago y sin mas, llamó al dios del sueño que llegó sin demora a hacerle compañía.
Mara con la mirada baja, observó el corredor que estaba rodeado por una chambrana de palos torcidos pero pulidos y pintados con cal, se recostó en una hamaca que Manoa había fabricado con una piel de camello hacía dos años y se  balanceó suave mientras el aire caliente  penetraba todo.
Pasó una hora.
Sansón estaba inquieto porque quería ir ya donde su amigo Joaquín para pedirle prestado el camello, pero tenía que esperar a que su padre despertara. De pronto escuchó su voz. “Sansón, Sansón vámonos que se nos hace tarde”.
Sin esperar se levantó muy ágil del pasto en el que estaba tendido y corriendo como un chiquillo dijo. “Nos vamos ya?”. “Si”.
Manoa se levantó zurumbático. Sacudió la cabeza para aclararse el pensamiento y las otras facultades.  Miró su cara fuerte y dura en un espejo redondo que colgaba de la pared, acarició su negra barba arreglándola porque estaba enredada, y agarrando un bastón de roble que tenía al lado de la estera,salió de la casa despidiéndose de Mara:
“Hasta luego mujer, nos vamos ya donde Joaquín”. “Hasta luego, que les vaya bien”. “Hasta luego madre”. “Hasta luego hijo”.
Mara se recostó de nuevo en la hamaca meciéndose lenta mientras padre e hijo se alejaban caminando acelerados encima de la aburrida arena y entre las piedras de color café-rojizo que parecían saltar por el calor. Eran mas o menos mil quinientos metros hasta la casa de Joaquín, el amigo y vecino mas cercano. 
El calor se hacía abrumador a esa hora. Los rayos del sol caían soberbios traspasando todo, resecando todo, iluminando todo con su enorme potencia.
Sansón sabía que muchos animales estaban escondidos debajo de las piedras protegiéndose y ayudando al desierto a mantener sus secretos que poca gente conocía. De pronto paró su marcha y le dijo a Manoa. “Esperad un momento padre”.
Manoa se detuvo, miró a su hijo que se agachaba para observar como centenares de pequeñas piedras saltaban impulsadas por el intenso calor; se quebraban en miles de partículas que volaban a los lados para mantenerse después entre la eterna arena. Eso pasaba todos los días pero había que observar con cuidado para descubrir el fenómeno que al joven le llamaba tanto la atención.







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