martes, 19 de septiembre de 2017

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 15




Centenares de candelillas prendían y apagaban sus luces en medio del aire caliente en la oscura quietud de esa hora, mientras vagaban juguetonas de un lado a otro entre los árboles, los arbustos y encima de las piedras.
A las diez de la noche la madre dijo: “Acostémonos ya porque debes madrugar Sansón”. “Si señora, ya es hora de irnos a dormir”.
Se pusieron de pie.
Manoa agarró la antorcha del corredor, que despedía un humo espeso y envolvente, la metió entre el hueco de un tallo de un árbol cercano para apagarla, y devolviéndose entró a la cocina para ponerla encima de la hornilla donde siguió humeando hasta que finalmente se apagó, negra y abandonada. Dejó la otra antorcha prendida en el ángulo de dos paredes junto a una abertura del techo para que el humo saliese sin problemas y los dejara dormir tranquilos entre su luz amarilla, espesa y pálida.
Bajo el resplandor, Manoa y Mara entraron a la habitación después de lavarse la boca con cepillos que ellos mismos fabricaban con el pelo de las cabras. Extendieron dos sábanas de lino encima de las esteras que no eran muy blandas y se recostaron esperando la visita del dios del sueño que no dejaba de llegar ninguna noche.
También Sansón se recostó en su estera después de quitarse las sandalias, la túnica y el turbante y quedar en calzoncillos que le llegaban hasta las rodillas.
Eran de una tela suave parecida a la franela que su madre le había fabricado en dos tardes mientras se mecia en la hamaca.
En medio de la luz lívida apareció un joven alto y fuerte de cuerpo armonioso y no muy musculoso. Tenía los brazos largos y cobrizos cubiertos de vello oscuro, los pectorales eran amplios como fuelles de un horno en actividad y el plexo solar  definido como bronce. Las piernas eran dos columnas resistentes, muy poderosas también cubiertas de vello.
En el turbante recogía el cabello un poco largo y muy negro que quedó totalmente suelto para la noche. Su cara era la de un joven sereno y decidido con la mirada profunda y suave a la vez. La dentadura la tenía muy blanca y limpia con dos dientes algo remontados a lado y lado de la mandíbula superior haciéndolo parecer gracioso y de sonrisa agradable.
Sin mas, se quedó dormido en tres minutos entre los susurros prudentes de los padres y la bulla de los animales trasnochadores que habían afuera, en el patio y en el bosque.
La luna alumbró toda la noche, apagada en instantes por pedazos de nubes verdes que se movían perezosas pasando al frente de ella para mirarla de cerca y para decirle cosas prohibidas que ella escuchaba en silencio con los ojos bajos y sonriendo complacida. Se sentía deliciosa mientras caminaba voluptuosa en el abismal espacio.

Sin duda era una gran coqueta. Todas las estrellas tenerla aunque fuera solo una noche o cualquier día, para gozarla como nunca.







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