lunes, 25 de septiembre de 2017

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR 16




Sin duda era una gran coqueta. Todas las estrellas querian tenerla aunque fuera solo una noche o cualquier día, para gozarla como nunca lo habían hecho
Esa noche pasó en dos horas.
Eso dijo Sansón levantándose afanado y medio iluminado por la escasa luz de la antorcha que ya casi se extinguía. La irregular llama flameaba inquieta, acariciada por un vientecillo imperceptible que lograba llegar de entre los árboles.
Algunos gallos vagabundos que no respetaron el sueño de las gallinas porque las persiguieron sin descanso, sacándolas de donde estaban, se pararon trasnochados cantando roncos e impertinentes al sol que empezaba a asomarse muy lejos en la honda silueta del desierto.
Eran las cinco de la mañana.
Ese amanecer se mezclaba con el silencio del campo y con el silbido de algunos pájaros a los que les gustaba despertarse temprano para picotear por ahí el alimento que encontraban. “Me parece que no hubiera dormido nada”, dijo el joven a sus padres, que lo miraban,  ayudándole a preparar un morral en el que echaba cosas necesarias para el viaje.
En poco tiempo estuvo listo y como no quería alargar ese momento, se acercó a su padre besándolo en la frente, diciéndole “Hasta luego padre, creo que no me demoraré en éste viaje. Voy a ver que es lo que debo hacer, según el llamado que siento en el pecho”. Manoa le dijo: “Hasta luego hijo, cuídate mucho, que yo también rogaré por ti para que siempre estés bien”
En seguida se arrimó a su madre. Le puso las manos en la cara besándola en la frente y en las mejillas, acercó la cabeza de ella a su pecho, quedándose así un momento. La oprimía delicado, sintiéndole latir el corazón que estaba muy acelerado. Lágrimas silenciosas salieron de los ojos de los tres y como Sansón no quería demorarse mas, salió apresurado al lado de la casa, yendo junto al pozo donde encontró el camello comiendo hierbas y cáscaras que Manoa le había llevado hacía poco.
Lo cogió del lazo diciéndole “Vamos Dock, el viaje es largo y tenemos que aprovechar bien el día”.
Aseguró las cosas que llevaba, amarrándolas de los aperos; lo hizo rápido, mirando a sus padres que estaban asomados a la puerta, muy callados.
Subió al lomo del camello sin dificultad, porque el animal se había arrodillado para que el muchacho trepara, poniéndose luego de pié, muy manso.
Ya acomodado en las gibas de dock, volteó a mirar a los padres diciendo  “Pronto volveré, esten tranquilos. “Hasta luego hijo, que el cielo te proteja”.






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