lunes, 6 de junio de 2011

LARVA LA MUCHACHA CON ALAS DE MARIPOSA 7



Sin duda se haría un experto.

Fueron a una sala cubierta con cojines de plumas de cisne y de avestrúz. Para entrar debían quitarse los zapatos porque era un lugar sagrado. El magnate dedicaba largos ratos allí a la meditación, a la reflexión. Invocaba a los dioses del viento y de las aventuras para que no lo abandonaran en las cosas que hacía.

Al lado derecho, el piso era blanco por la arena tan limpia y brillante extendida como una alfombra. Cox la había traído del desierto de Tatacoa hacía mas de ciento cuatro años, y se conservaba igual. Su calor, suavidad y resplandor daban la impresión de estar en una playa del caribe colombiano. Allí le gustaba al magnate tirarse de espaldas a descansar y a recordar a Cartagena y Barranquilla, ciudades que extrañaba mucho.

En las paredes colgaban pinturas de artistas de la época del hielo, encontradas por un viajante de trineo que estuvo largo tiempo en la antártida. Cox las había comprado a un vagabundo melenudo medio loco que en un dia de desorden se las robó de la biblioteca del Cairo con artimañas y embustes de las que nadie pudo zafarse.

Vieron un equipo de sonido con columnas gigantes y bombillitas en una pantalla azul donde figuras geométricas se transformaban mágicamente en otras, en el espacio de color profundo. Supieron que el magnate escandalizaba el bosque con el volumen de ese equipo. Ponía música rock y música metálica en épocas de fiesta, con un ruido que partía el cielo y las piedras. Los orangutanes y las monas rumberas entraban a la caverna como si fuera su casa, probando vinos y licores, armando orgías, mientras los jaguares malgeniados por el ruido y por la falta de sueño, le ponían denuncio por escándalo y perturbación de la paz.

Cox se acercó a los jovencitos con la espalda curva, los brazos cruzados, la mirada dura. "Definitivamente deben saber que me robé hace poco una muchacha en la ciudad y que está aquí sin que podamos verla". "Se robó una muchacha?" preguntó uno de los jovencitos. "Si, y es mia. Nadie me la quitará". El hombre se recostó en una roca dejando los brazos cruzados y la mente casi en blanco. "Una noche aterricé en la ciudad porque quería conseguir algunas cosas que me hacían falta. Al terminar fui al helicóptero, guardé las bolsas y me puse a caminar por calles algo solas. De pronto y después de cuarenta minutos ví al otro lado de un muro una muchacha dormida en una hamaca. Tenía parte del cabello en la cara y los labios abiertos como una provocación. Parecía una criatura de los bosques, una ninfa o una diosa. Fue eso lo que me impulsó a cruzar el muro para mirarla de cerca. Pasé con cuidado pero los ruidos del pasto y las ramitas la despertaron levantándose confundida. Al verme cayó desmayada, tal fue el susto, y como no resistí tenerla tan cerquita, la levanté llevándola al helicóptero en un taxi. Le dije al chofer que ella era mi mujer y que estaba enferma..........

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