Manoa
se sobresalto igual que Mara, escuchando lo que decía su hijo. “Vas a ir a ese
país tan peligroso?” “Si. Escucho una voz extraña que me ordena ir allá”. “Nunca
has ido tan lejos, no tienes experiencia del mundo ni de los hombres”, le dijo
Manoa extendiendo el brazo derecho en gesto de convencimiento. “Por eso lo hago
también. Para conseguir conocimiento y experiencia. Pienso que siempre hay una
primera vez para las cosas”.
Los
padres se miraron porque razonaban la respuesta. No contestaron. Manoa se paró
con aspecto cansado saliendo por la puerta trasera de la cocina. Caminó descolgado
y con la cabeza agachada sentándose en una piedra musgosa al otro lado del pozo
cerca a las piedras gigantes; miró los visos eléctricos del sol mas allá, a
ochenta o noventa metros sobre la tierra tan calcinante y tan partida. Pensó “el
tiempo pasa rápido…. hace poco vi nacer a Sansón y véalo ahora hecho todo un
hombre que me pone a pensar y a sentir de modo raro.
Tenía muy sucia la túnica porque había estado
desinfectando las patas de las cabras donde vivían pulgas y cucarroncitos
microscópicos que les daban fiebres y enfermedades en la sangre, también había
traído leña desde la arboleda, para mantener el fuego de la hornilla que era
vital en la rutina de la casa.
Su barba estaba larga y
negra, ondulada y algo grasosa por el sudor y el trabajo. Su piel se mantenía
fuerte y saludable de un color cobrizo atractivo. Los profundos y grandes ojos oscuros
estaban llenos de conocimiento y de secretos pero ahora los tenía con una
huella de nostalgia.
Mientras estaba en esa
especie de desconcierto, un dolorcito extraño le apareció en el pecho y pensó.
“No puedo oponerme a que Sansón se vaya. Cada uno tiene su destino y el debe
cumplirlo. Lo mejor que puedo hacer es rogarle a la naturaleza que lo cuide para
que le vaya bien”.
Se paró
mas animado caminando hasta la viña donde echaría una ojeada a los racimos de
uvas que empezaban a crecer fuertes, sentiría el aroma del cultivo y quizás
trabajaría un rato para desprenderse de las malas sensaciones que le hacían
daño; al llegar al lado de un cerco de palos secos que guardaban el cultivo arrancó
una uva pequeña y echándosela a la boca
la sintió ácida. “Le falta tiempo” se
dijo. Entonces escuchó a su mujer que lo llamaba. " Manoa, Manoa venga a almorzar".
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