jueves, 20 de julio de 2017

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR........5



; al llegar al lado de un cerco de palos secos que guardaban el cultivo arrancó una uva  pequeña y echándosela a la boca la sintió ácida.  “Le falta tiempo” se dijo. Entonces escuchó a su mujer que lo llamaba. “Manoa, Manoa venga a almorzar”.
No contestó porque no quería hablar. Inclinó la cabeza que protegía con su turbante blanquecino y cogiendo una vara del cerco caminó obediente y lento entre algunas malezas y sobre las piedras que estaban muy calientes a esa hora. Entró a la casa suavemente y cuando pasó cerca a su mujer le acarició un brazo siguiendo hasta el corredor donde Sansón estaba sentado con un plato de madera en las manos. Comía una sopa de vegetales recién arrancados de la huerta y también carne de cabra traída del otro lado de los riscos donde Manoa tenía un redil. Se sentó al lado de su hijo que todavía estaba en estado de embeleso.
Mara salió de la cocina alargando sus manos y ofreciendo el plato de sopa al marido que se afanó a recibirle mientras ella le decía . “Pruébalo, está muy bueno. Los vegetales son recomendados para la salud y el vigor, además la carne está madura y de buen sabor”. “Gracias Mara, respondió el, mirándola con ternura, empezando a sorber suave imitando la música que Sansón hacía con sus labios y la deliciosa crema. Tenía hambre lo mismo que el joven. En un instante desocuparon los platos y repitieron otro con satisfacción. Mara se acomodó por fin entre los dos con su plato tibio y lleno. Se sentía dichosa con su marido y su hijo que para ella eran joyas de granvalor.
No hablaban.
Un viento viejo y repentino que venía de la dirección del mar hizo mover las ramas de los árboles que fabricaron un eco musical fuerte y rítmico bajo la tibieza de la tarde.
Los lagartos subían a las piedras, se detenían levantando las manos sacudiéndolas como si se les hubiera pegado algo que las estorbara. Bajaban luego precipitados y nerviosos entre los resquicios y las oscuras grietas desvaneciéndose finalmente allá donde la mirada humana no tenía el poder de llegar. “Le diré a Joaquín que me preste un camello. El desierto es largo y a pie el viaje sería extenuante, dijo Sansón arrancando del hueso otro pedazo de carne que estaba porfiadamente pegada. Masticaba acelerado y algo rudo, todavía le quedaba un buen trozo en el que se aplicaba con ardor porque hasta ahora se le estaba empezando a quitar el hambre. “Si quieres vamos ahora cuando el sol baje, te acompañaré” le dijo Manoa. “Bueno padre. Haced vuestra siesta que yo os espero”. “Se levantó de la banca y volteándose hacia su madre le acarició las mejillas diciéndole “ Gracias madre, estaba muy rico el almuerzo”.
Ella sonrió, miró a su hijo y le contestó “No es nada hijo”.
Miró cuando Sansón salía del corredor hacia la cocina, luego hasta un prado donde le gustaba echarse a descansar y dio gracias a la naturaleza por tenerlo







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