. Fabricó una canción guerrera de enorme
potencia, la hizo estallar en explosiones musicales en medio de la guerra, hasta
descender luego muy suave con la brisa, a unos prados donde los guerreros descansaban
del combate después de que el enemigo huyó entre las rocas rojas.
También Sansón agarró una flauta larga que
estaba al lado del arpa y soplando suave movió los dedos sobre los orificios
modulando una melodía traviesa que tocaba en los apriscos para que las cabras se
tranquilizaran.
Así interpretaron canciones ligeras y
canciones de sol en la arena, tonadas de pastores sedientos, y de rebaños de
ovejas saltando encima de las rocas. Tocaron una que otra canción del templo de
Israel que interpretaban en las festividades religiosas, y también modularon
canciones de gobernantes, acompañados de doncellas sensuales danzando sobre
grandes alfombras de intensos colores. Eso duró alrededor de una hora en que Joaquín
dejaba las vasijas llenas encima de las llamas para asomarse de vez en cuando a
la puerta desde donde les decía “Ustedes son verdaderos artistas, llevan la
delicadeza, lo sutil en la sangre, en la carne, en los huesos, en el corazón y
lo reflejan en las canciones. Tienen que venir mas seguido para que interpreten
muchas melodías y para escuchar su música tan tranquilizante y tan vital. Me
parece vivir en lugares fantásticos donde ningún hombre ha puesto el pié, y
donde solo los dioses caminan sin problemas y con inmensos poderes”. “Verdad?” preguntó Sansón. “Si, su música
tiene encanto y mucha magia, por favor no se ausenten tanto, vengan seguido a
acompañarme, que yo también iré a visitarlos cuando alguien me ayude en el
trabajo”.
Entró a la cocina para echarle una ojeada a
las vasijas que ya hervían. Volvió a salir y les dijo. “Caminen traemos el
camello mientras la comida termina de sazonar. Le voy a quitar el fuego un poco
para que no se queme”. Apartó algunos leños y ramas que estaban rojos y
cambiantes por el fulgor y dijo. “Listo, vamos entonces. “Listo”, contestaron
padre e hijo dejando los instrumentos encima de la mesa, echando a caminar
sobre la tierra reseca y dura, a la que estaban acostumbrados.
Subieron por una loma llena de chamizos, rodeada
de piedras blancuzcas, pura caliza, debajo de las que vivían bichos venenosos
como arañas grandes, peludas, y alacranes muy venenosos.
Atravesaron un cerco de palos delgados y
bejucos entrecruzados que sostenían los palos llegando luego a un bosquecito en
el que vieron siete camellos pardos, apacibles y sólidos, descansando encima de
las hierbas, mientras masticaban el alimento trasbocado.
Joaquín se acercó a uno de ellos, le
acarició la cabeza y el lomo. Con suavidad, le puso un lazo en el cuello que le
aseguró en el hocico y en la frente diciéndole. “Levántese Dock”.
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