lunes, 21 de agosto de 2017

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR 10



. Fabricó una canción guerrera de enorme potencia, la hizo estallar en explosiones musicales en medio de la guerra, hasta descender luego muy suave con la brisa, a unos prados donde los guerreros descansaban del combate después de que el enemigo huyó entre las rocas rojas.
También Sansón agarró una flauta larga que estaba al lado del arpa y soplando suave movió los dedos sobre los orificios modulando una melodía traviesa que tocaba en los apriscos para que las cabras se tranquilizaran.   
Así interpretaron canciones ligeras y canciones de sol en la arena, tonadas de pastores sedientos, y de rebaños de ovejas saltando encima de las rocas. Tocaron una que otra canción del templo de Israel que interpretaban en las festividades religiosas, y también modularon canciones de gobernantes, acompañados de doncellas sensuales danzando sobre grandes alfombras de intensos colores. Eso duró alrededor de una hora en que Joaquín dejaba las vasijas llenas encima de las llamas para asomarse de vez en cuando a la puerta desde donde les decía “Ustedes son verdaderos artistas, llevan la delicadeza, lo sutil en la sangre, en la carne, en los huesos, en el corazón y lo reflejan en las canciones. Tienen que venir mas seguido para que interpreten muchas melodías y para escuchar su música tan tranquilizante y tan vital. Me parece vivir en lugares fantásticos donde ningún hombre ha puesto el pié, y donde solo los dioses caminan sin problemas y con inmensos poderes”.  “Verdad?” preguntó Sansón. “Si, su música tiene encanto y mucha magia, por favor no se ausenten tanto, vengan seguido a acompañarme, que yo también iré a visitarlos cuando alguien me ayude en el trabajo”.
Entró a la cocina para echarle una ojeada a las vasijas que ya hervían. Volvió a salir y les dijo. “Caminen traemos el camello mientras la comida termina de sazonar. Le voy a quitar el fuego un poco para que no se queme”. Apartó algunos leños y ramas que estaban rojos y cambiantes por el fulgor y dijo. “Listo, vamos entonces. “Listo”, contestaron padre e hijo dejando los instrumentos encima de la mesa, echando a caminar sobre la tierra reseca y dura, a la que estaban acostumbrados.
Subieron por una loma llena de chamizos, rodeada de piedras blancuzcas, pura caliza, debajo de las que vivían bichos venenosos como arañas grandes, peludas, y alacranes muy venenosos.
Atravesaron un cerco de palos delgados y bejucos entrecruzados que sostenían los palos llegando luego a un bosquecito en el que vieron siete camellos pardos, apacibles y sólidos, descansando encima de las hierbas, mientras masticaban el alimento trasbocado.
Joaquín se acercó a uno de ellos, le acarició la cabeza y el lomo. Con suavidad, le puso un lazo en el cuello que le aseguró en el hocico y en la frente diciéndole. “Levántese Dock”.

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