No se demoró. Llegó acelerado con dos vasos
de porcelana que alargó a sus amigos. “Tomen, esto les quitará la sed”.
Padre e hijo le recibieron los vasos y
bebieron en un instante el líquido que tuvo la propiedad de quitarles la sed en
menos de dos minutos. Joaquín les preguntó “Quieren mas?” “Si, claro”.
Respondió Manoa. “Ese refresco está muy bueno”.
El hombre corrió otra vez a la cocina donde
sonaron los vasos y también el líquido cayendo. Regresó sonriendo, como siempre.
Mientras sus amigos bebían el segundo vaso,
el se preguntaba porqué habrían venido los dos. Sansón le dijo “Vengo a pediros
un favor. Necesito un camello porque voy a ir al país de los Filisteos”. “Quiere
ir a ese país tan peligroso, hijo?”. “Si, algo me dice que debo ir allá y
quiero cumplir esa orden”. “Algo le dice?. . .y que es ese algo?” “Es como un toquecito, como un lancetazo en el
pecho que me dice cosas. He aprendido a conocer ese llamado y tengo que
obedecer”, explicó el muchacho. “Si es así, entonces debe ir. Esas llamadas hay
que cumplirlas, yo sé. Son las órdenes de la naturaleza.
“Así es”, afirmó el joven. “Poca gente le
hace caso a esos mandatos que son los que en realidad guían la vida de todos”. “Si.”. “Ahora que caiga el sol, iremos por el
camello. Mientras tanto les prepararé un
guiso para que se vayan llenos y para que no piensen que soy tacaño”.
Manoa
y Sansón sonrieron mirando a su amigo.
No le replicaban porque sabían que si lo
hacían, lo ofendían. El no dejaba que nadie se fuera de su casa sin comer
porque pensaba que a el podía pasarle lo mismo y el hambre era algo cruel. Los
dejó otra vez diciéndoles “Hagan lo que quieran, pueden tocar el arpa mientras
tanto, o la flauta, quiero escuchar música, eso me pone bien, me reconforta,
además es bueno cambiar la rutina del campo, por las melodías”.
Manoa se puso de pie, caminó para tomar el
instrumento que estaba junto a la pared de la cocina al lado de un grande
armario de resistente madera de cedro; lo trajo hasta el comedor y sentándose, le
hizo sonar las cuerdas que fue templando una a una con gran calma y sentido
musical, hasta que sintió buenos los acordes. Fabricó una canción guerrera de
enorme potencia, la hizo estallar en explosiones musicales en medio de la
guerra, hasta descender luego muy suave con la brisa, a unos prados donde los
guerreros descansaban del combate después de que el enemigo huyó entre las
rocas rojas.
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