La bella mujer en silencio le dio una mano a
su marido, cerraron los ojos eliminando los pensamientos y dejando que el
corazón se encontrara con el todo.
Lo activaron tanto y tan simultáneamente,
que en poco rato sintieron transportarse a estados de gran alegría y
discernimiento pero no pasó nada en relación con el ángel. Solo sabían que
debían esperar y por eso se levantaron para hacer los oficios de la mañana y
para preparar el desayuno.
A las diez de la mañana
cuando Mara estaba espantando las cabras que se entraban a la cocina a comerse
las
cáscaras del cajón de la basura, el joven transparente y luminoso se le
apareció otra vez volando suavemente a su lado, bajo el movimiento permanente y
cadencioso de las alas que le brillaban suaves.
Afanada y feliz, corrió como nunca, a llamar a
su marido que estaba podando las ramas dañadas del cultivo de vid “Manoa, Manoa
venga rápido. Se me ha aparecido aquel varón que vino a mi el otro día”.
Y se levantó Manoa con gran impulso
irracional, siguiendo a su mujer como un rayo. Y vino al varón que todavía
estaba aleteando en la cocina y le dijo mientras lo miraba con asombro y gran
deleite “Eres tu aquel varón que hablaste a la mujer?” y el dijo “Yo soy”. Entonces
Manoa dijo “Cuando tus palabras se cumplan, cómo debe ser la manera de vivir
del niño, y que debemos hacer con el?”.
Y el ángel respondió a Manoa “La mujer se
guardará de todas las cosas que yo le dije.
No tomará nada que proceda de la vid; no
beberá vino ni sidra, y no comerá cosa inmunda; guardará todo lo que le mandé”.
“Está bien, ella hará todo eso, pero permíteme que te prepare un cabrito porque
debes tener hambre, lo guisaré bien, te gustará, estoy seguro”. “No comeré de
tu pan”, respondió el joven que aleteaba impaciente de uno a otro lado de la
cocina y en el corredor casi chocándose en el techo.
Salió apresurado de ahí, elevándose cinco
metros, y como un colibrí se suspendió un rato al lado de un árbol viejo de
pocas hojas que estaba junto a la cocina, esperando a Manoa a ver que era lo
que quería, porque no lo dejaba ir sin
ofrecerle nada. El hombre le había dicho que se llevara un trozo de carne y
varios panes en su viaje al cielo y a otros lugares galácticos donde quizás iba a hacer
otros anuncios y no quería quedarle mal. “Por favor espere un momento no se
vaya, le decía Manoa estirando los brazos hacia el, levantando los ojos y mirándolo
afanado al lado del árbol donde el visitante no dejaba de aletear apresurado para
mantener la suspensión. “Espere no se arrepentirá”.
El ángel respiró hondo para calmarse de la
presión que Manoa le hacía, bajó cerca de él extendiendo las alas en un planeo
suave pero sin poner los pies en la tierra.
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