. “Por favor espere un momento no se vaya, le
decía Manoa estirando los brazos hacia el, levantando los ojos y mirándolo
afanado al lado del árbol donde el visitante no dejaba de aletear apresurado para
mantener la suspensión. “Espere no se arrepentirá”.
El ángel respiró hondo para calmarse de la
presión que Manoa le hacía, bajó cerca de él extendiendo las alas en un planeo
suave pero sin poner los pies en la tierra.
Quizás le dio pesar del hombre que lo
perseguía medio loco por todos lados.
Finalmente, con sus pies descalzos pisó la
tierra y dio algunos pasos junto a un tronco algo podrido mientras plegaba las
alas en la espalda para estar mas cómodo. Se sentó algo serio en una piedra
vieja en la parte de atrás de la casa donde Manoa, rápido y eficiente y sin
dejar de mirarlo, agarró un cabrito que estaba cerca de ellos. Lo amarró de las patas poniéndolo encima de una
peña, ofreciéndolo a las fuerzas buenas y poderosas del universo para que le
ayudaran en ese momento tan especial.
Mara se había acercado hasta ellos, pero
estaba completamente muda y transportada junto al ángel que la miraba con
profunda bondad.
Su marido encendió rápido una hoguera con
ramas y palos secos que recogió de uno y otro lado en un instante. Había ido a
la cocina diciéndole al ángel que lo esperara porque iba a encender unas hojas
para meterle candela a las ramas y a los palos. Las trajo regresado
literalmente como un rayo.
La llama de la hoguera creció con flamas
amarillas, verdes y azules en un iris desconocido de fuego. Entonces el ángel se
levantó de la piedra donde estaba sentado y sin decir nada se metió en la llama
y subió en ella frente a los ojos de Manoa y de su mujer quienes de inmediato
se tiraron a tierra al comprender el significado del varón.
Ese ángel no volvió a aparecer a Manoa ni a
su mujer.
El
dijo “Será que vamos a morir?”. Ella respondió. “Si fuera así no habría
aceptado la ofrenda del cabrito ni se nos hubiera anunciado el nacimiento de un
hijo”.
A los pocos meses la mujer dio a luz un hijo
y le puso por nombre Sansón.
Y el niño creció y el universo lo bendijo.
Una poderosa y buena fuerza comenzó a
manifestarse en el, en los campamentos de Dan entre Zora y Estaol, cerca de las
tierras del sur que tenían buenas relaciones con el oriente.
Por eso fue que los padres de Sansón no se
preocuparon mucho del viaje que el muchacho hacía al país filisteo. Sabían que
estaba predestinado para ejecutar ciertas cosas que en el momento no
comprendían pero que debían suceder.
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