“Arrímese no le dé miedo. Le daré agua, es
lo único que voy a hacer por usted……. y luego se va”. “Gracias”.
Esa muchacha era hija de los filisteos y
todavía no tenía marido.
Llevaba una túnica larga y suave color
almendra. Ponía en el aire un aroma turbador. Su cuerpo se alineaba delicioso
bajo el ropaje que cubría a una mujer desnuda por dentro. Sus movimientos
desordenaron al joven….. Empezó a desquiciarse frente a esa muchacha misteriosa
y bella….Caminaba libre y ligera hasta la casa grande donde estaba el pozo del
agua. Cogió la manila amarrada del palo, atravesado en el brocal y con una
vasija sujeta en el otro extremo para llenarla de agua y abastecer los cántaros
de los habitantes que allí llegaban. La hizo bajar hasta la superficie, moviéndola
en impulsos para que el recipiente se hundiera y al comprobar que se había
llenado, jaló la soga sin pedirle ayuda a nadie y con el rostro rojo por el esfuerzo.
Entonces Sansón, como un rayo corrió a
ayudarla y sus cuerpos se rozaron.
Sintieron estremecimientos profundos que los
elevaba a espacios inexplicables y callaron felices, permitiendo que sus
músculos y su sangre se electrizaran en ráfagas quemantes, confundiéndolos en una
masa enardecida. Las otras mujeres se habían quedado a unos doce metros con las
bocas muy abiertas lo mismo que los ojos. No perdían detalle, las miradas las
tenían brillantes de envidia, y querían arrancar a correr para disputarse al
muchacho. Susurraban entre lujurias y exclamaciones gozosas imaginando escenas
pasionales con el recién llegado.
………Finalmente lograron subir la vasija hasta
el borde del muro. La joven alcanzando una totuma cercana, sirvió agua ofreciéndola
a Sansón que tomó apresurado repitiendo dos veces por la sed que tenía. La
muchacha lo miraba dichosa mientras Sansón llenaba con agua la bolsa de cuero diciéndole.
“Dame agua para el camello porque también está sediento. Ha corrido mucho. Ves
como nos mira?
“Cógela, sírvele toda la que
necesite”, respondió ella dando vueltas alrededor del pozo.
Sansón estaba fuera de si. Confundido como nunca.
Hacía esfuerzos por parecer sereno y controlado. Tiró la vasija al agua, la sacudió
con certeros movimientos para que se llenara, la jaló en impulsos y con ella en
las manos, la bajó del brocal vertiendo el líquido en una pequeña alberca de
piedra construida al lado del pozo a donde llegaban otros camellos a beber. Después
de mirar a la muchacha, caminó veinticinco metros hasta tres arbustos de tallos
rojos, donde estaba el camello comiendo malezas muy despacio y lo trajo de la
rienda sin ninguna resistencia.
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