Los rostros miserablemente huesudos y
peligrosos y tres bocas totalmente muecas que producían horror y lástima, los
otros dos se veían monstruosos y brutales por sus facciones demoníacas.
Todos los cinco escupían muy seguido saliva
ácida y amarillenta mientras maldecían y rugían semejantes a bestias, entre
gestos agresivos, amenazantes y violentos. “Grrrrrrr, grrrrr”
Iban armados con dagas puntudas, muy filosas
que brillaban con las luces del sol de la mañana y que cegaban por instantes.
De sus cinturas colgaban anchas y peligrosas alfanjes mohosas cerca de las
empuñaduras, quizás tenían en su haber muchas vidas de viajeros del desierto. Llevaban
las túnicas sucias y rasgadas, andrajosas por el permanente uso en tanto
tiempo. Olían a carne podrida y no se lograba identificar su color. El aspecto
general era salvaje, como leones sedientos de sangre y de carne a los que no
les importa nada, porque no tenían nada.
“Yo me llevo el camello” dijo uno de ellos. “Buen botín para hoy”. “Yo
me llevaré el morral”, dijo otro corriendo al lado del joven para agarrarlo
antes de que el otro asaltante lo cogiera. “Y yo la túnica. Empelótese imbécil”,
le dijo a Sansón dándole una patada en las piernas. “Y yo el turbante. Lo
dejaremos en cueros para que se muera en el calor de éste maldito desierto”. “No
pueden hacerme eso. No pueden dejarme desnudo”, reclamó Sansón sin alterarse. “No
se resista o le va peor, imbécil”.
Uno de los ladrones había agarrado el
camello del lazo alejándose con paso rápido en la arena porque ya tenía como
evitar el hambre algún tiempo. Vendería el camello a otros viajeros y así tendría
dinero. El otro, el que lo tenía amenazado con la daga, le ordenó:
“Déme la túnica, el turbante y el dinero que
lleva…… Rápido”.
Sansón que ya se había logrado poner de pié,
subió las manos al turbante para quitárselo y entregárselo, pero de pronto con
un grito inmenso llamó a alguien como si estuviera poseído de un extraño poder.
“Cobra, cobra del desierto amiga mía, serpiente mágica venga se lo ordeno.
Venga ya, la necesito aquí inmediatamente!”
Entonces, de modo instantáneo, la cobra llegó
volando soberbia con el poderoso batir de sus alas que levantaban polvareda por
encima de las amarillas dunas.
Los ladrones al ver al extraño y reluciente
reptil color perla volando sobre ellos, se intimidaron brutalmente porque nunca
habían visto una bestia semejante y porque jamás habían oído hablar de ella. Se
veía muy peligrosa.
El desconocido monstruo los rodeó en menos
de un segundo, cercándolos con fuerza poderosa y humillándolos feamente, los cegó
con su luz y los atrajo con las alas en un solo grupo para darles un golpe
definitivo.
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