Fue tal su caos y su deseo de ser el dueño
de la joven, que sin dudar le dio mas agua al camello diciéndole “Vámonos Dock,
regresaremos a Israel porque mis padres deben volver conmigo aquí, en menos de
un tiempo”.
El animal lo miró fijo y sorprendido por esa
inesperada orden, sin embargo se inclinó obediente arrodillándose en sus patas
delanteras para que Sansón subiera a sus jorobas. Después de sentirlo en sus
espaldas se volvió a parar, empezando así el camino de regreso sin perder ni un
segundo en el camino, cosa que era vital para el muchacho.
Iba con extraordinario afán, con una avidez
frenética que le encendía la carne y le impulsaba la sangre poniéndolo reloco.
Fue
muy testarudo e inconsiderado con el camello al que Obligó a correr el trayecto
de vuelta casi sin detenerse. No le importó que la noche llegara profunda y
ciega, que la luna no estuviera en su lugar, o que las estrellas hubieran huido
a otros sitios, no, nada de eso le importó, y así siguió sin parar, hasta que a
las dos de la mañana llegó a las grandes peñas que marcaban la mitad del camino
en el desierto.
Bajó de Dock permitiéndole que descansase un
rato, lo dejó libre para que caminase y buscase que comer, mientras él,
maltratado y seco, se recostaba de espaldas sobre una mullida hierba que le
refrescaba el cuerpo, aliviándole la tensión. Relajaría los músculos que tenía
adoloridos, y se fascinaría trayendo a su mente la imagen de la muchacha que no
lo dejaba en paz, pero que le daba fuerzas para seguir. Puso la cabeza encima
de una piedra algo plana y no muy alta, en la base de una pared que se elevaba
sólida y vieja, quedándose dormido en un instante por el cansancio que ya no
pudo dominar.
Nunca supo cuanto durmió pero sí habían sido
varias horas, porque cuando los ladrones del desierto lo sacaron de su letargo
ya era de mañana. “Dennos lo que lleva muchacho”, le dijo uno de los ladrones
poniéndole una daga en el cuello y torciéndole el brazo izquierdo hacia atrás
mientras los otros lo rodeaban en el suelo mirándolo con ansia y dureza y
echando ojeadas alrededor, para ver que podían
llevarse.
Eran cinco facinerosos de pelo largo,
grasoso muy desordenado. Estaban sin turbante quizás porque todavía había
frescura en el ambiente. La barba también era grasosa y espelucada, rebelde.
Los ojos grandes y hundidos en unas cuencas marcadas por la sed del desierto y
por el hambre que era su ración diaria, eran ojos astutos y perversos. Los
rostros miserablemente huesudos y peligrosos y tres bocas totalmente muecas que
producían horror y lástima, los otros dos se veían monstruosos y brutales por
sus facciones demoníacas.
Todos los cinco escupían muy seguido saliva
ácida y amarillenta mientras maldecían y rugían semejantes a bestias, entre
gestos agresivos, amenazantes y violentos. “Grrrrrrr, grrrrr”
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