“Primero come. Debes tener hambre, luego
descansas y mañana vas donde Joaquín.
Mara le había servido la carne y los
plátanos en un plato grande y rústico fabricado con barro rojo. Sansón alargó
el brazo, cogió un trozo grande de carne que cortó en pequeños trozos y comió
pausado con algo de vergüenza por su regreso tan apresurado.
Dijo. “Está bien, descansaré tranquilo esta
noche y mañana temprano iré donde Joaquín.
“No te aceleres tanto. Refrena tus afanes y
pasiones, que pueden hacerte daño”, dijo la madre. El joven la miró. Vio que
estaba algo seria y se quedó callado mientras terminaba de comer.
Como estaba realmente muy cansado, dijo al
terminar la cena. “Hasta mañana padres. Que descansen bien”.
Entró a su habitación, tendiéndose en la
estera después de quitarse el turbante y la túnica que lo acaloraban. Se quedó
dormido en poco tiempo y sin darse cuenta le llegaron las diez de la mañana del
otro día, sintiendo que solo había dormido diez minutos.
Manoa y la madre no le hacían ruido. Ella
después de haber desayunado se sentó en la banca del corredor para cuidarle el
sueño mientras le arreglaba una túnica que se le había rasgado en un costado. Manoa
cuidaba los cultivos de uvas que empezaban a sazonar, enderezó varios tutores
caídos, clavándolos profundo y amarrando las matas con bejucos resistentes, observó una cabra huérfana
que corría acelerada encima de las piedras y las rocas, buscando a su mamá que
hacía rato se le había perdido.
“Es terco y porfiado. Cuando a Sansón le
gusta algo no se queda quieto hasta conseguirlo”, pensaba Manoa que seguía
mirando como corría la cabrita tan desorientada, por todos los caminos.
“Muy terco. . .siempre me he preguntado si
la terquedad es buena”, siguió pensando Manoa, sentado ahora en una piedra
grande y tibia a un lado del cultivo.
“O no la llamemos terquedad, digámosle
tenacidad y persistencia. Eso es Sansón. Tenaz y persistente como yo”.
“En cambio tiene la ingenuidad y la dulzura,
la sensibilidad y la ternura de Mara” seguía diciéndose Manoa mientras miraba curioso
un cucarrón dorado que había estado de espaldas mucho rato luchando para
voltearse y salir volando.
Sansón sintió la mano de su madre
acariciándole el cabello y las mejillas. Despertó por fin con los ojos algo
rojos y saludó. “Hola madre como amaneciste?
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