En un instante llegó a continentes
desconocidos pero hermosos que siglos
después tendrían el nombre de Amerindia.
Los camellos querían que Manoa conociera esas
tierras para que llevara en su recuerdo lo mejor que había en el planeta.
Atravesaron el espacio haciendo túneles en
el vacío.
En menos de lo que se demora uno en pensar alguna
cosa, llegaron a Columbus de amerindia en el sur, el imperio de las riquezas y
las hadas, como ya se dijo, y donde el agua bañaba la tierra fecundándola en
todo tiempo y donde además crecían y se multiplicaban las especies sin detenerse
porque allí se le hacía continuo homenaje a la vida.
Bajó en un vuelo pausado para ir mirando
todo con curiosidad y mucha calma, su asombro era inagotable. “Yo pensaba que
todo el planeta era un desierto”, se dijo y no sentía hambre ni cansancio
tampoco, solo algo de sueño pero sueño liviano que no lo estorbaba.
Cayó blandamente a tierra en su camello,
mientras los otros tres animales también aterrizaban no muy lejos de el, entre
la espesura de árboles salvajes de verde follaje y exóticos aromas donde vivían
micos, culebras, guacamayas, murciélagos. Esos árboles estaban cargados de
frutas de toda clase y sin pensar comió y comió lo mismo que los camellos. Entonces
muy tranquilo y satisfecho se recostó en el pasto poniendo la cabeza en el
tronco de un árbol. Sin darse cuenta se quedó dormido en ese bosque que lo
protegía del sereno de la noche y del sol que llegaría al otro día con intensa
luz.
Ahí no tuvo sueños.
Se despertó tarde sintiendo un estado de
enajenamiento, e increíble ligereza que le daba alegría y mucha paz.
Volvió a montarse en su camello pero no para
volar, sino para caminar por aquel imperio de selva y oro, de esmeraldas y
petróleo, de tierras fecundas y pájaros jamás imaginados. Miraba con asombro los
poderosos ríos que parecían mares porque no lograba ver la otra orilla. Paseó
largo rato en su camello, mientras los otros tres animales lo seguían, lanzando
gritos felices por estar aquí. “Aooooooo, aoooooo” Se sentó un rato a la orilla
del río para ver los peces gigantes de catorce colores y ojos con pestañas
violeta que salían impulsados del agua elevándose cinco metros para caer otra
vez en malabarismos sorprendentes como dando gracias a la naturaleza por tanta
generosidad.
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