domingo, 1 de abril de 2018

CUIDADO SANSON, LO QUIEREN MATAR 39



Manoa disfrutaba de los aromas y el paisaje, sintiéndose privilegiado de estar aquí como ninguno otro de su país había podido hacerlo.
Vio de pronto en un claro de la selva un pueblo de hombres aguerridos en actitud de adoración porque tenían el rostro hacia el cielo, los ojos casi en blanco y sus voces clamaban la presencia de las deidades entre ellos. Entraban a una maloca para venerar a los dioses y para fecundar a las mujeres que eran morenas y deseables, dispuestas a ser cómplices con la tierra y con los hombres. Entonces Manoa pensó “No puedo perder la oportunidad de hacerme amigo de ellos”.
Le dijo a los camellos “Desciendan  con cuidado para no asustar a los habitantes”. Obedientes, cayeron con gran suavidad a un lado de la maloca como hojas desprendidas de un árbol, en el borde del pueblo que tenía construidas chozas redondas con ventanas tímidas, pequeñísimas, por donde difícilmente se estrechaba la luz para llegar adentro.
La gente lo rodeó en un instante, porque al verlo llegar de lo alto pensaron: “Un dios ha bajado del cielo a visitarnos montado en un raro animal y acompañado de otros tres animales celestiales”.
Entonces afanados, entraron a la choza del cacique y demorándose un poco allá, salieron con cofres de oro y cofres de plata repletos de mas diamantes que le ofrecían a Manoa en medio de un gran entusiasmo y una fiesta inolvidable. “Gracias, gracias”, repetía Manoa entre sonrisas, muy nervioso.
Le regalaron también decenas de curiosos animales que el aceptó de buena gana y pájaros de mil colores que se instalaron inmediatamente encima de los camellos.
Después de acomodar los otros regalos en los rumiantes, se despidió “Adiós, adiós” montando en su camello que voló imponente encima de la selva atravesándola por completo mientras la gente del pueblo lo miraba incrédula. “Adiós, adiós dios de la selva” y movían las manos felices porque un dios los había visitado.
No se detuvo en la travesía sino que siguió navegando hasta las elevadas y brillantes montañas blancas del centro de Columbus en las que sintió un frío desconocido y penetrante que le avivó la sangre presionándole el corazón y haciéndolo sentir mas vivo. “Jamás imaginé que en el mundo existieran montañas tan bellas, tan mágicas y tan frías en las que desaparece la tierra y se congelan las nubes”, pensó Manoa.
Vio el hielo y la nieve, y se sintió importante porque ningún otro hombre de su país conocía éstas cosas.





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