viernes, 8 de junio de 2018

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 45


La preocupación del viaje no les permitió concentrarse en sus ocupaciones diarias que eran muchas. Se preparaban mentalmente para ir al país desconocido. De todos modos era un riesgo entrar allá, por ser una región enemiga. Claro. Eso debía producirles desazón y malestar que de alguna manera procuraban disimular. “Dicen que no se puede confiar en los filisteos por su extremada peligrosidad”, murmuró la señora, mientras barría con una escoba de ramas de verbena las habitaciones, la cocina y el corredor. Sacudía también las telarañas que invadían las paredes y para terminar, lavaba el tizne de las vasijas que manchaban todo. “No, no se puede confiar en ellos”, le respondió Sansón arreglando un grueso tapete árabe que pondría en la joroba del camello sobre el que irían sus padres para que no se maltrataran. “Debemos ser cuidadosos en todo lo que hagamos allá”, dijo Manoa cepillando una túnica suya y otra de su mujer para librarlas del polvo y la polilla que todo lo destrozaban. Las llevarían en el viaje porque habían estado guardadas desde hacía tiempos para ocasiones como esta. “Entrar a ese país solicitando una muchacha para un varón israelita es una provocación, pensarán que es casi un secuestro, una violación a sus leyes, pero que sea lo que ha de ser. Sabemos que las cosas definitivas son establecidas por la gran inteligencia, de modo que lo que debemos hacer es estar vigilantes y seguros”.
“Yo sé que esto es un propósito de la naturaleza con nosotros”, comento Mara, mientras recogía las basuras en una orilla del corredor y las tiraba en las raíces de una palmera cercana para que se pudrieran y sirvieran de alimento a la mata.
No hablaron mas, era mejor no intranquilizarse.
Ya por la noche tomaron caldo de cebollas coloreado con azafrán; le añadieron pan moreno y un pedazo de carne blanda, mientras las estrellas aparecían cohibidas en el hondo y caliente cielo de color azul grisáceo.
Sorbían suave el caldo, pensando y mirándose a veces.
La noche empezó apacible, muy tranquila, y siguió lo mismo hasta el amanecer.
Luego de que Sansón leyera en voz alta y a la luz amarilla de la antorcha, tres páginas del Corán, y de comentar sus versículos, sintieron que debían irse a descansar para madrugar sin afanes.







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