Sansón bajó la olla agarrándola con un trapo, y ladeándola con cuidado,
sirvió en tres tazas de barro rojo, ofreciéndolas luego a sus padres con pan
negro. Volvió a la hornilla, separó la
leña y los incandescentes carbones para que se apagaran y no hubiera peligro de
incendio. Entonces el humo espeso, subió extendiéndose por la cocina y las
habitaciones, saliendo al corredor, para perderse luego en el aire claro donde
se diluyó sin explicación.
Después del rápido desayuno, salió el joven mas allá del pozo, debajo
de los árboles para encontrar a los camellos, hablarles, tocarlos y ponerles
las riendas. En un instante los trajo frente a la casa diciendo: “Ahora acomodaré el tapete a Lor para que vayan
cómodos y no se tallen con el zangoloteo. Ese camello es mas fuerte y los
llevara con suavidad en todo el trayecto.
Entró a su habitación, sacó el tapete, se acercó al rumiante y se lo
puso en las espaldas. Después el camello se
arrodilló en sus patas delanteras para que la pareja subiera fácilmente.
Manoa ayudó a Mara a acomodarse en las gibas y cuando estuvo lista,
subió él, agarrando las riendas y jalando suave para que Lor se levantara.
Sansón les alcanzó las bolsas del agua, puso los morrales en Dock, y
cogiendo las provisiones que había dejado preparadas desde la tarde anterior, las
acomodó también en Dock que volteaba a mirarlo de vez en cuando, por tanto ajetreo
que hacía sobre él.
Entró a la casa y cerró las puertas asegurándolas con trancas y hierros
mohosos, dejándole escrita una carta a Joaquín en un pedazo de piel de culebra
que acomodó a la entrada de la cocina. “Os recomiendo Joaquín, cuidar las cabras
y la viña mientras nosotros volvemos. Vamos a Filistea”
Como le pareció que ya todo estaba listo, subió al camello y hablándole
al oído, iniciaron el viaje al país de los filisteos.
Una muchacha los esperaba.
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