Levantó los ojos para mirar la luna que
estaba fría, color blanco perlado y dándose cuenta que iban siendo las tres de
la mañana y que necesitaba dormir, entró al quiosco llamando a Sansón
suavemente “Tengo sueño hijo, necesito dormir ”.
El joven, siempre alerta aunque estuviera
dormido, se levantó callado estregándose los ojos para despertarse bien. Caminó
suave para no despertar a la madre, que estaba profunda. Salió del cambuche y
levantando la cara para mirar la luna, también, dijo:
“Ya es muy tarde padre, por
qué no me llamó antes?”. “Estabas muy dormido y me dio pesar despertarte”.
Sansón miró a su papá. Alargó el brazo tocándole
el hombro. “Entra y duerme. Ahora cuidaré tu sueño”.
Manoa lo miró y entró sin contestarle.
Se recostó sobre la piel extendida en la
arena, y en menos de tres minutos se quedó dormido. Mara no se daba cuenta de
nada.
En poco rato el día llegó pero Sansón siguió
vigilando como lo había hecho Manoa, hasta que siendo ya casi las siete de la
mañana, oyó que Mara y su marido decían:
“Nos cogió el día, tenemos
que apurarle”. “Si. Levantémonos ya”.
Se enderezaron recogiendo la sábana con la
que se habían cubierto y salieron afanados, a la vasta extensión árida.
El sol los iluminó con toda su luz, obligándolos
a cerrar los ojos un momento.
“Hola hijo, dormí como
nunca me había pasado, estaba muy cansada”. “Buenos días madre. Dormiste bien?”. “Si, muy bien”. “Y tu también estas bien?” Le preguntó Manoa a
Sansón. “Si muy bien, no hubo problemas”. “Menos mal, ojala todo siga así”.
Otra vez abrieron el morral, sacando las
provisiones. Comieron carne fría y frutas secas, también bebieron agua.
Finalmente se mojaron la cara para terminar de despertarse. Desbarataron el
quiosco echándolo a los morrales que subieron al camello de Sansón en un
movimiento seguro. Cuando todo estuvo arreglado, se encaramaron en los
camellos, que se habían comido las yerbas en la noche. Continuaron el viaje largo
y rutinario hasta que el cielo se fue oscureciendo como agüero de tormenta pero
definitivamente no pasó nada. El viento y el desierto no quisieron enfurecerse
ese día.
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